Pocos recuerdan hoy que la provincia de Almería estuvo a un solo segundo de ser borrada completamente del mapa mundial por un error humano. Aquella mañana de enero, el destino jugó a los dados con la vida de miles de personas bajo la atenta mirada de Washington. El choque de dos gigantes aéreos provocó que cuatro bombas de hidrógeno cayeran libres sobre el suelo español sembrando el pánico. Fue un verdadero milagro que los detonadores no activaran la carga nuclear que portaban.
La tensión diplomática se disparó en Almería mientras los militares estadounidenses acordonaban la zona con un secretismo absoluto y bastante agobiante. Los vecinos de esta pequeña pedanía no entendían por qué hombres con trajes blancos invadían sus huertos de tomates sin pedir permiso. La realidad era que se habían esparcido kilos de plutonio por culpa de un fallo garrafal en la maniobra de repostaje. El mundo entero contenía la respiración temiendo lo peor en el Mediterráneo.
EL DÍA QUE EL CIELO SE ROMPIÓ
Eran poco más de las diez de la mañana cuando un estruendo metálico sacudió la tranquilidad habitual de los pueblos del levante de Almería. Un bombardero B-52 y un avión cisterna KC-135 colisionaron durante una maniobra rutinaria que acabó en tragedia inmediata para sus tripulaciones. Los testigos presenciales narraron con horror cómo una bola de fuego gigante iluminó el horizonte antes de que los restos de fuselaje comenzaran a llover sobre sus cabezas. Murieron siete tripulantes en el acto bajo la lluvia de chatarra.
Lo más terrorífico no fue el accidente aéreo en sí, sino la carga letal que se desprendió del vientre del bombardero estratégico sobre el litoral de Almería. Tres de los artefactos impactaron en tierra firme mientras que un cuarto se precipitó al mar, complicando enormemente su localización posterior. La suerte quiso que el sistema de seguridad de los explosivos funcionara evitando una reacción en cadena que habría devastado todo el sur de la península. Nadie es consciente de lo cerca que estuvimos del abismo.
PLUTONIO ENTRE LOS TOMATES
Dos de las bombas que impactaron en el suelo sufrieron la detonación de su explosivo convencional, aunque afortunadamente no hubo fisión nuclear completa en Almería. Este impacto provocó la dispersión de material radiactivo altamente peligroso por una zona de cultivos y viviendas habitadas por familias humildes. El viento de aquel día ayudó a que una nube de polvo de plutonio se extendiera por varias hectáreas, contaminando la tierra fértil de la comarca durante décadas. La ignorancia inicial de los lugareños fue su peor enemigo.
El ejército de Estados Unidos desplegó rápidamente un operativo masivo para intentar limpiar el rastro de su negligencia en la zona cero de Almería. Se llevaron toneladas de tierra contaminada en bidones hacia su territorio, pero dejaron atrás una herencia invisible y maldita en nuestros campos. Los agricultores vieron con impotencia cómo sus cosechas eran destruidas sin explicaciones claras por soldados extranjeros que apenas chapurreaban español y vestían como astronautas. La vida rural se transformó en un escenario de ciencia ficción apocalíptica.
LA BÚSQUEDA DE LA BOMBA PERDIDA
Mientras en tierra se luchaba contra la radiación invisible, el mar de Almería escondía el cuarto artefacto nuclear, que permaneció perdido durante ochenta largos días. La Armada estadounidense montó un dispositivo de búsqueda sin precedentes, desesperada por recuperar su tecnología secreta antes que los espías soviéticos. Fue un pescador local, Francisco Simó, quien indicó con precisión el lugar exacto de la caída gracias a su prodigiosa memoria visual del accidente aéreo. Desde entonces fue conocido popularmente en toda España como ‘Paco el de la Bomba’.
La tensión internacional crecía cada día que el arma permanecía sumergida en las aguas del Mediterráneo, amenazando con romperse por la presión de la profundidad. Finalmente, el minisubmarino Alvin logró localizar el objeto en un talud profundo y procedieron a su delicado rescate ante la prensa. Las imágenes de la bomba siendo izada a cubierta demostraron que el riesgo de una catástrofe había sido real durante casi tres meses de incertidumbre absoluta en la costa. El alivio en la Casa Blanca fue inmediato tras el hallazgo.
EL BAÑO MÁS FAMOSO DE LA HISTORIA
Para calmar a la opinión pública y salvar el incipiente turismo en Almería, el régimen franquista orquestó una de las maniobras de propaganda más recordadas del siglo. El ministro Manuel Fraga Iribarne acudió a la zona acompañado del embajador norteamericano para darse un baño ante las cámaras de televisión. Querían demostrar al mundo entero que no existía peligro alguno para los bañistas en aquellas playas, aunque eligieron una zona alejada del impacto real para no correr riesgos. La foto se convirtió en un icono instantáneo de nuestra historia reciente.
Aquel gesto mediático consiguió frenar el pánico generalizado que amenazaba con hundir la economía de la región de Almería antes siquiera de despegar. Sin embargo, la realidad científica en Palomares era muy distinta a la imagen festiva y despreocupada que vendían los noticiarios del NO-DO. Los informes desclasificados años después revelaron que los niveles de radiación seguían siendo preocupantes a pesar de las sonrisas forzadas de las autoridades en bañador. La verdad quedó enterrada bajo la arena y la diplomacia internacional.
UNA HERENCIA RADIACTIVA VIGENTE
Han pasado décadas desde el accidente, pero las secuelas siguen presentes en el subsuelo de esta pedanía de la costa de Almería. Todavía hoy existen zonas valladas donde está prohibido construir o cultivar debido a la presencia residual de americio y plutonio en la tierra. Los sucesivos gobiernos españoles han reclamado sin éxito definitivo que Estados Unidos se haga cargo de la limpieza total de las tierras que aún permanecen contaminadas por su armamento. Es una herida abierta que no termina de cicatrizar en la zona.
Los habitantes de la región han sido sometidos a controles médicos periódicos a lo largo de los años para vigilar posibles efectos adversos en su salud. El Proyecto Indalo se encargó de monitorizar la evolución de la población local, aunque los resultados siempre han estado rodeados de cierta polémica científica. Muchos vecinos sienten con razón que han sido utilizados como conejillos de indias en un experimento involuntario de larga duración sobre exposición radiológica. La desconfianza hacia las instituciones persiste entre los más mayores del lugar.
LECCIONES DE UN DESASTRE OLVIDADO
El incidente nuclear de Almería sigue siendo el accidente con armas atómicas más grave de la historia que no terminó en una detonación completa. Nos recuerda la fragilidad de nuestra seguridad cuando dependemos de potencias militares extranjeras que operan sobre nuestras cabezas sin control. Aquel enero del 66 demostró claramente que el azar es el único que nos protege cuando la tecnología más destructiva del ser humano falla estrepitosamente. Pudo haber sido el final trágico de todo el sureste español.
Hoy, los turistas que visitan estas playas desconocen que pisan el escenario de un thriller de la Guerra Fría que casi acaba en apocalipsis nuclear. La belleza agreste de la costa almeriense esconde bajo sus entrañas el recuerdo imborrable de las flechas rotas americanas y su legado tóxico. La memoria histórica es fundamental para exigir que nunca más se ponga en riesgo a civiles por intereses geoestratégicos ajenos a nuestra tierra y nuestra gente. El silencio no puede tapar la radiación que aún duerme bajo el suelo.









