El agua suele pasar desapercibida en muchas conversaciones sobre salud, eclipsada por dietas de moda, superalimentos o suplementos milagro, pero sigue siendo uno de los pilares más sencillos y eficaces para cuidar el corazón. En un país como España, donde las enfermedades cardiovasculares continúan encabezando las estadísticas de mortalidad, volver a lo básico no es una idea menor. El agua, consumida de forma regular y consciente, puede marcar diferencias reales en la salud del sistema circulatorio.
A menudo se insiste, con razón, en la importancia de comer bien, reducir ultraprocesados y moverse más, pero la hidratación queda relegada a un segundo plano. Sin embargo, los cardiólogos recuerdan que el agua no es solo un complemento, sino una herramienta diaria para mantener el organismo en equilibrio. Así lo subraya Lars Sondergaard, que pone el foco en cómo algo tan cotidiano influye directamente en la función cardíaca.
1El agua y la sangre, una relación decisiva
Cuando el cuerpo no recibe suficiente agua, la sangre se vuelve más espesa y circula con mayor dificultad. Este detalle, que puede parecer menor, obliga al corazón a trabajar más de la cuenta y aumenta el riesgo de coágulos, un factor directamente relacionado con infartos y otros eventos cardiovasculares. Mantener una buena hidratación facilita que la sangre fluya con mayor ligereza y que el corazón bombee de forma más eficiente.
Además, el agua cumple un papel clave en la eliminación del exceso de sodio a través de los riñones. Al reducir esa carga, se contribuye a un mejor control de la presión arterial, uno de los grandes enemigos del corazón moderno, especialmente en personas sedentarias o con hábitos poco saludables. No se trata de una solución milagrosa, pero sí de una ayuda constante que actúa en silencio.






