Lars Sondergaard, cardiólogo: «El agua ayuda al cuerpo a mantener un equilibrio electrolítico adecuado, crucial para un ritmo y una función cardíaca saludables”

Beber agua siempre será uno de los gestos más simples y, a la vez, más olvidados cuando se habla de cuidar el corazón y el cuerpo en general. El cardiólogo Lars Sondergaard no habla sobre lo importante que es una buena hidratación para mantener el equilibrio del organismo y favorecer un ritmo cardíaco saludable.

El agua suele pasar desapercibida en muchas conversaciones sobre salud, eclipsada por dietas de moda, superalimentos o suplementos milagro, pero sigue siendo uno de los pilares más sencillos y eficaces para cuidar el corazón. En un país como España, donde las enfermedades cardiovasculares continúan encabezando las estadísticas de mortalidad, volver a lo básico no es una idea menor. El agua, consumida de forma regular y consciente, puede marcar diferencias reales en la salud del sistema circulatorio.

A menudo se insiste, con razón, en la importancia de comer bien, reducir ultraprocesados y moverse más, pero la hidratación queda relegada a un segundo plano. Sin embargo, los cardiólogos recuerdan que el agua no es solo un complemento, sino una herramienta diaria para mantener el organismo en equilibrio. Así lo subraya Lars Sondergaard, que pone el foco en cómo algo tan cotidiano influye directamente en la función cardíaca.

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Equilibrio electrolítico y ritmo cardíaco

“Tomar al menos 2 litros de agua al día”. Fuente: Freepik

Otro de los beneficios menos visibles del consumo adecuado de agua tiene que ver con el equilibrio de los electrolitos. Sodio, potasio y otros minerales necesitan mantenerse en proporciones estables para que el corazón funcione con normalidad. Según explica Lars Sondergaard, este equilibrio es crucial para conservar un ritmo cardíaco saludable y prevenir alteraciones como las arritmias.

Beber alrededor de dos litros de agua al día, una cifra orientativa que puede variar según la persona, contribuye también a reducir el riesgo de insuficiencia cardíaca a largo plazo. No es solo cuestión de cantidad, sino de constancia. El cuerpo agradece esa regularidad y responde con una mejor capacidad de adaptación frente al esfuerzo y al estrés cotidiano.

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