La dieta suele presentarse como el primer paso para cambiar hábitos, perder peso o, al menos sobre el papel, llevar una vida más saludable. En España y fuera de nuestras fronteras, millones de personas inician una dieta con ilusión y fuerza de voluntad, convencidas de que esa decisión marcará un antes y un después. Sin embargo, el camino no siempre acaba donde se esperaba y, en muchos casos, el resultado es justo el contrario al deseado.
Con el paso del tiempo, la dieta puede convertirse en una fuente de frustración, hambre constante y sensación de pérdida de control. Especialmente cuando hablamos de planes restrictivos, el temido efecto rebote y el aumento del apetito aparecen con frecuencia. Dos dietistas especializadas en TCA explican por qué ocurre esto y por qué, a veces, hacer dieta no solo no soluciona el problema, sino que lo agrava.
1Vivir la dieta como una prohibición es el peor camino
Según explican Belén y Maite, dietistas-nutricionistas del centro psicosanitario Galiani, la dieta suele entenderse culturalmente como algo que tiene principio y final. Se empieza con motivación, pero también con la sensación de estar renunciando a placeres cotidianos, lo que genera una espera casi ansiosa del momento en que todo termine.
Ese enfoque convierte la dieta en una experiencia negativa, asociada a normas estrictas, alimentos vetados y poco disfrute. Cuando llega el final, aparece el impulso de compensar todo lo que no se permitió antes, una reacción que no tiene que ver con falta de fuerza de voluntad, sino con un mecanismo natural ante la restricción prolongada.






