España se despertó aquel 15 de diciembre de 1976 con la incertidumbre grabada en el rostro de millones de ciudadanos que nunca habían votado en libertad. Muchos expertos coinciden en que la democracia empezó a caminar de verdad durante esa jornada de invierno en la que nos jugábamos el derecho a tener un futuro propio. Fue un salto al vacío sin red donde nuestro país decidió romper con las cadenas del pasado de una forma tan pacífica como contundente.
La participación superó cualquier expectativa previa y dejó claro que la sociedad tenía una sed de cambio que nadie podía frenar ya. En aquel momento de la historia nacional el censo electoral desbordó todas las previsiones demostrando que las ganas de decidir estaban muy por encima de las consignas de los despachos oficiales. No era solo un trámite administrativo sino el grito silencioso de una generación que reclamaba su lugar en el mundo moderno.
LA ESTRATEGIA MAESTRA PARA DESMONTAR EL RÉGIMEN
El camino hacia las urnas fue una partida de ajedrez donde cada movimiento estaba calculado para no despertar a los fantasmas del enfrentamiento civil. Los reformistas supieron entender que las leyes franquistas se usaron contra el régimen para permitir una transición legal que no dejara resquicios a la violencia de los sectores más inmovilistas. Esta evolución dentro de la sociedad española permitió que el cambio se produjera de las instituciones a la calle de manera irreversible.
Adolfo Suárez entendió mejor que nadie que la legitimidad solo podía nacer del voto directo de los hombres y mujeres que habitaban el territorio estatal. Aquel día comprendimos que las urnas de cristal trajeron la luz necesaria para iluminar un sistema que llevaba demasiado tiempo viviendo en la penumbra de las prohibiciones constantes. Fue una jugada arriesgada que convirtió un texto legal complejo en la llave maestra para abrir todas las puertas que estaban cerradas.
EL MIÉRCOLES DONDE EL MIEDO SE VOLVIÓ ESPERANZA
Las colas en los colegios electorales de los barrios obreros y las zonas rurales pintaron un cuadro de unidad que pocos analistas supieron vaticinar. El recuento final no dejó lugar a las dudas porque el sí rotundo borró cualquier sombra de duda sobre el deseo mayoritario de avanzar hacia un modelo de convivencia basado en el respeto mutuo. El pueblo español demostró una madurez política admirable al acudir masivamente a una cita con las urnas que parecía imposible meses antes.
Aquel ambiente de normalidad democrática fue la mejor respuesta a quienes vaticinaban un caos absoluto o un regreso a las épocas más oscuras. Se sentía en el aire que la ilusión venció al miedo de las calles mientras las familias comentaban en voz baja la importancia de lo que estaba ocurriendo en cada rincón de la geografía. Esa democracia hispana que hoy disfrutamos tiene sus raíces más profundas en la paciencia de quienes esperaron horas para depositar una papeleta blanca.
UN MECANISMO LEGAL PARA UNA NUEVA ERA
La Ley para la Reforma Política no era simplemente un documento jurídico sino el acta de nacimiento de una forma distinta de entender la nación. El texto garantizaba que el cambio se hizo ley de forma pacífica evitando el trauma de una ruptura violenta que nadie deseaba repetir tras décadas de silencio impuesto. Gracias a ese régimen constitucional incipiente pudimos empezar a construir las instituciones que hoy protegen nuestros derechos fundamentales y libertades públicas más esenciales.
Aquella norma fundamental fue el puente necesario para que los exiliados pudieran regresar y las voces prohibidas volvieran a escucharse en las plazas. Los jóvenes de entonces sentían que los jóvenes de aquel tiempo soñaban con Europa mientras veían cómo las fronteras mentales empezaban a caer al mismo ritmo que se contaban los votos favorables. La ciudadanía actual debería mirar con más frecuencia hacia ese espejo para recordar el valor de los consensos mínimos que permitieron avanzar juntos.
EL FRACASO DE LA ABSTENCIÓN Y EL BÚNKER
Tanto la extrema derecha como algunos sectores de la oposición inicial no supieron leer el pulso de una calle que iba muy por delante. A pesar de los llamamientos al vacío electoral resultó evidente que la abstención solicitada no caló en el pueblo porque la oportunidad de ser protagonistas del cambio era demasiado valiosa para desperciarla. Fue el momento en el que España decidió que su destino no pertenecía a las élites sino a cada uno de sus habitantes soberanos.
Los defensores del inmovilismo absoluto comprendieron esa noche que su tiempo se había agotado definitivamente sin posibilidad de retorno al pasado. Al cerrarse los colegios el búnker perdió su última batalla política frente a una marea de votos que pedía libertad, justicia y una integración total en el concierto de las naciones democráticas. Fue una lección de civismo que sentó las bases de nuestra identidad política actual y que todavía hoy resuena con fuerza en nuestra memoria.
EL LEGADO VIVO DE UN DICIEMBRE OLVIDADO
Mirar hacia atrás nos permite valorar la estabilidad conseguida tras aquel primer paso valiente que casi nadie menciona ya en los libros de texto. Es fundamental reconocer que el futuro se escribió con tinta de esperanza gracias a la generosidad de unos políticos y una sociedad que supieron ponerse de acuerdo en lo fundamental. Recuperar el espíritu de aquel sistema político es la mejor forma de honrar a quienes hicieron posible que hoy podamos discrepar en plena libertad.
España celebra hoy su madurez pero no puede permitirse olvidar el origen de su largo camino hacia la concordia y el progreso social. Debemos tener presente que la concordia fue el motor de la libertad durante aquellos meses convulsos donde cada gesto contaba para asegurar la paz de las futuras generaciones de españoles. Aquel Adolfo Suárez fue el protagonista de un referéndum del 15 de diciembre de 1976 que fue, sin ninguna duda, el verdadero día cero de nuestra vida en democracia y el inicio de nuestro futuro común.








