La caída política de Santos Cerdán ha sido tan abrupta como abrasiva. La carbonización pública del exdirigente socialista, encarcelado de forma preventiva por su presunta implicación en una trama de corrupción vinculada al reparto de contratos públicos, no solo ha arrasado con su carrera, sino que ha dejado un amplio campo de damnificados.
Entre ellos, una generación de cargos políticos que crecieron, prosperaron o se consolidaron bajo su amparo y que hoy tratan de esquivar el efecto dominó de un apellido que hasta hace poco abría puertas y ahora las cierra con estrépito.
Cerdán fue durante años uno de los grandes fontaneros del socialismo navarro y federal. Un hombre de partido, de organización, de pasillos y llamadas. Su poder no se medía tanto en cargos formales como en influencia real. Desde esa posición, fue tejiendo una red de lealtades políticas que hoy se resquebraja.
Sus llamados «hijos políticos» —figuras promocionadas directa o indirectamente por él— asisten con estupor y preocupación a la implosión del sistema que los sostuvo. El primer damnificado visible fue su ex mano derecha, Juanfran Serrano.
Considerado durante años un valor en alza dentro del aparato, Serrano ha caído en desgracia a nivel interno. Aunque no está imputado ni formalmente señalado por la Justicia, su proximidad política y orgánica a Cerdán lo ha convertido en una figura incómoda. En el PSOE, donde el olfato para detectar riesgos reputacionales se afina en tiempos de crisis, Serrano ha pasado de promesa a problema. El silencio que hoy lo rodea es más elocuente que cualquier comunicado.
Tampoco ha resistido la onda expansiva Ramón Alzórriz, quien fuera el relevo de Cerdán como secretario de Organización del PSN-PSOE. Alzórriz se vio obligado a abandonar su cargo como vicesecretario general del socialismo navarro tras conocerse que su pareja había sido contratada en la polémica empresa pública Serninabar 2000.
Aunque los hechos no guardan relación directa con la causa judicial que afecta a Cerdán, el contexto lo es todo. En un partido en modo defensivo, cualquier atisbo de ‘enchufismo’ resulta letal. Y Alzórriz, promocionado en su día bajo el paraguas del cerdanismo, no ha logrado escapar a esa lógica.
Otros cargos impulsados por Santos Cerdán intentan ahora esquivar las balas con mayor o menor fortuna. La ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, Elma Saiz, es uno de los nombres que aparecen de forma recurrente en los análisis internos.
Su trayectoria ascendente estuvo vinculada al equilibrio de fuerzas que Cerdán supo manejar en Madrid y Navarra. Hoy, su estrategia pasa por marcar perfil propio, reforzar su agenda ministerial y tomar distancia pública de cualquier sombra pasada.
En política, la supervivencia depende muchas veces de la velocidad con la que se ejecutan esas maniobras. En el ámbito foral, uno de los casos más delicados es el de José Luis Arasti, consejero de Economía y Hacienda del Gobierno de Navarra.

Arasti, exdelegado del Gobierno en la comunidad y natural de Milagro, como el propio Cerdán, ha sido señalado en más de una ocasión como parte del núcleo de confianza del exdirigente socialista.
Su perfil técnico y su bajo nivel de exposición mediática juegan hoy a su favor, pero su nombre aparece inevitablemente en las quinielas cada vez que se habla del legado político de Cerdán en Navarra.
MARÍA CHIVITE
Sin embargo, si hay una figura que concentra todas las miradas es la de María Chivite. La presidenta de Navarra es considerada por muchos dentro y fuera del PSN como la principal hija política de Santos Cerdán.
Su ascenso a la secretaría general del partido y, posteriormente, a la presidencia del Gobierno foral no se entiende sin el respaldo estratégico de quien durante años controló los equilibrios internos del socialismo navarro.
Esa relación, que fue una fortaleza, se ha convertido ahora en una vulnerabilidad. Chivite ha optado por una estrategia de contención: reivindicar la limpieza de su gestión, respetar la actuación judicial y subrayar que las responsabilidades son individuales.
Este discurso se antoja prudente, pero no disipa del todo las dudas sobre hasta qué punto el cerdanismo fue una forma de hacer política que impregnó estructuras enteras del partido. La presidenta sabe que su futuro político depende de lograr que la caída de su mentor no arrastre su propia legitimidad.





