En el norte de Portugal se encuentra uno de esos lugares donde el tiempo parece aprender a ir más despacio. Aquí el Miño se ensancha, baja el tono y se deja tocar por el Atlántico, como si el río supiera que está a punto de despedirse. Portugal se vuelve frontera líquida, arena clara, pinares que sujetan dunas y una luz cambiante que hace que cada paseo sea distinto al anterior, incluso aunque se repita el camino.
En este rincón del norte, también se guarda memoria, y no solo de veranos frescos y paseos en bicicleta, sino de un pasado marcado por su posición estratégica frente a España. Donde antes hubo tensiones y episodios de ingenio militar, hoy hay calma atlántica, barquitos que cruzan el río y una convivencia tranquila que se respira en cada gesto cotidiano.
3Una frontera que hoy une
Durante siglos, esta zona de Portugal fue escenario de disputas con España, hoy, la frontera es casi simbólica. Un pequeño ferry cruza a diario el Miño, uniendo el muelle del Sporting Club Caminhense con A Pasaxe, en Galicia, con el monte Santa Trega como telón de fondo. El trayecto dura apenas unos minutos, los suficientes para ver cómo cambia la luz y escuchar al patrón hablar de corrientes y mareas.
De vuelta en tierra portuguesa, la vida se organiza alrededor de la plaza. Los miércoles, el Largo da Feira recupera una tradición que se remonta a 1291, con puestos, voces y productos locales. En verano, Caminha Medieval devuelve al pueblo el ruido de los antiguos oficios, entre lino, encajes y cobre. Portugal, aquí, no solo se visita, se vive con calma, memoria y ese equilibrio perfecto entre pasado y presente que enamora sin esfuerzo.






