Granada tiene lugares que se visitan y otros que se caminan despacio, casi en silencio, como si el ruido del mundo no tuviera permiso para entrar. En lo alto de una colina, mirando de frente a la Alhambra y dándole la espalda al tiempo moderno, existe un rincón donde las horas parecen alargarse y los pasos se vuelven más lentos sin que nadie lo pida. Granada guarda ahí uno de sus secretos mejor conservados, un espacio donde el agua y la sombra mandan.
Granada no se explica del todo sin ese barrio que respira pasado en cada esquina, donde las fuentes murmuran historias antiguas y los cipreses levantan muros verdes contra el sol. El Albaicín no es un decorado ni un recuerdo congelado, es un lugar vivo que sigue latiendo a su propio ritmo, ajeno a las prisas y fiel a una forma de estar en el mundo que parece haberse perdido en casi todas partes.
3Cipreses, cármenes y la sombra que protege
Granada se vuelve verde en el Albaicín gracias a los cipreses y a los cármenes, esas casas con jardín que esconden pequeños oasis tras muros sencillos. Los cipreses crecen altos y silenciosos, marcando el perfil del barrio y ofreciendo sombra en los días más duros del verano, como si cuidaran del lugar desde hace siglos.
Granada encuentra en estos jardines una forma distinta de belleza, menos exhibida y más íntima. Los cármenes del Albaicín no se muestran del todo, se intuyen, se adivinan tras una puerta o una tapia. Esa discreción es parte de su encanto y también de su magia, porque aquí nada se impone, todo se descubre poco a poco, igual que el barrio mismo, que sigue esperando a quien esté dispuesto a dejar el reloj atrás.






