Felipe de Borbón, en su discurso de esta pasada Nochebuena, se abstuvo de hablar sobre la corrupción, pese a que años atrás sí lo hizo cuando esta afectaba al Partido Popular, y cargó contra «los extremismos», en una línea muy similar a la del anuncio navideño de Campofrío, que blanquea a comunicadoras que contribuyen activamente a esa polarización, como Ana Rosa Quintana.
La decisión del monarca ha enfadado a medios abiertamente monárquicos como Okdiario o El Debate, así como a tuiteros cercanos a Vox, formación que incluso se ha negado a valorar el mensaje.
Por su parte, Diario Red, dirigido por el exvicepresidente Pablo Iglesias y cercano a Podemos, lamenta la equiparación entre «fascistas y antifascistas» que se ha instaurado en amplias capas sociales del Estado español e interpreta con claridad esta calculada decisión del Borbón como una maniobra destinada a alimentar una gran coalición alentada por el Estado profundo, con el objetivo de que el PSOE, en pleno derrumbe electoral, apoye al PP en un próximo escenario electoral estatal para evitar que Vox imponga su agenda racista, machista y ecocida, y trate de desmontar el Estado de las autonomías.
DE HÉROE A VILLANO PARA LA EXTREMA DERECHA
La falta de colmillos de la izquierda política y mediática española frente a la monarquía, una debilidad que comenzó a tejerse cuando Santiago Carrillo compadreó con Juan Carlos de Borbón —quien dejó un legado profundamente corrupto amparado por numerosos silencios sistémicos—, ha permitido que Zarzuela viva cómodamente sin un republicanismo cohesionado, organizado y movilizado.
Encuestas de medios tan escasamente republicanos como El Confidencial evidencian que existe una mayoría social en el Estado español que apoyaría la opción republicana en una eventual consulta. Sin embargo, ni siquiera ante ese escenario los partidos y medios progresistas pisan el acelerador contra un sistema monárquico claramente anacrónico. Paradójicamente, fue la derecha mediática la que más contribuyó a la caída de Juan Carlos de Borbón, ya que, más allá de su corrupción, el monarca emérito había tenido ciertos aciertos políticos, como negarse a boicotear la negociación del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero con ETA, que acabó pacificando el norte del Estado.
En el caso de Felipe VI, tampoco existen medios progresistas abiertamente contrarios a su figura, más allá de algunos medios independentistas como El Nacional, cuyos ataques suelen centrarse en cuestiones menores o frívolas, como las presuntas infidelidades de doña Letizia o el supuesto teatrillo matrimonial que ambos componen, y que tanto recuerda al de los padres del actual jefe del Estado.

Todo ello deja fuera del foco un análisis político profundo sobre el papel de la monarquía en el actual régimen. Felipe VI se convirtió en una estrella para la extrema derecha mediática tras su polémica intervención del 3 de octubre de 2017 contra el procés, en la que no dedicó ni una sola palabra a los ciudadanos apaleados por acudir a votar en el referéndum ni utilizó el catalán como gesto simbólico para desinflamar el conflicto político.
A ello se sumó su tensión con Pedro Sánchez, quien, a través de Carmen Calvo, facilitó la salida de Juan Carlos de Borbón del país, lo que provocó momentos de fricción institucional en 2020. Un ejemplo claro fue la decisión de que el rey no presidiera por primera vez el acto de entrega de despachos a los nuevos jueces en Barcelona, rompiendo una tradición histórica tras el veto del Gobierno.
Esa tensión llevó al monarca a tejer una estrategia mediática de distanciamiento frente al PSOE, aunque con el tiempo las aguas han vuelto a su cauce. Buen ejemplo de ello fue el guiño de Felipe VI a Sánchez tras la DANA, cuando, ante las quejas de algunos valencianos por la ausencia del presidente, el rey afirmó: «Cada uno está donde tiene que estar. Ahora está en el G-20, en Brasil».
También destacó su denuncia vehemente de los crímenes cometidos por Israel contra el pueblo palestino; aunque no utilizó explícitamente la palabra «genocidio», sí se desmarcó en el plenario de la Asamblea General de Naciones Unidas del silencio mantenido por Vox y el PP madrileño ante las sangrientas acciones del Estado presidido por Benjamín Netanyahu.

A ello se suma su visita a China, pese a los recelos existentes y a la intensa campaña de la extrema derecha mediática para que el monarca no sancionara la ley de amnistía o interviniera contra la decisión de Sánchez de pactar con fuerzas comunistas o independentistas. Todos estos movimientos, junto con la conocida antipatía de Letizia Ortiz hacia Vox, han alimentado que desde la órbita de este partido se refieran al rey como «Felpudo VI».
En este contexto, no resulta descabellado pensar que el monarca pueda estar dispuesto a favorecer una operación del Estado profundo destinada a que el PSOE actúe como muleta del PP, emulando la gran coalición alemana, con el objetivo último de cerrar el paso a Vox sin cuestionar las bases estructurales del régimen surgido de la Transición.






