Bañador en febrero y nieve alrededor: el paraíso termal en Galicia que cuesta menos de 6 euros

Nadie diría que la felicidad en pleno febrero consiste en quedarse en bañador a cinco grados de temperatura ambiental, pero en Ourense las leyes de la lógica hibernal se suspenden. Este rincón del noroeste peninsular ofrece una experiencia de lujo asiático a precio de saldo —o directamente gratis—, donde el contraste entre el aire gélido y el agua hirviendo se convierte en una adicción saludable.

Olvídate de los tópicos de lluvia y paraguas por un segundo, porque Galicia guarda un secreto a voces que en los meses más duros del invierno alcanza su punto álgido de disfrute. No hablo de visitar catedrales ni de empacharse a marisco, sino de la valentía de desnudarse —casi— cuando el termómetro de la calle marca un solo dígito y la humedad cala los huesos.

Ourense tiene esa capacidad de congelarte las orejas mientras te cueces a fuego lento en unas aguas mineromedicinales que brotan de la tierra como un milagro geológico. Lo curioso es que esta experiencia de bienestar absoluto está al alcance de cualquier bolsillo, costando apenas calderilla si optas por el recinto privado o nada si eliges las pozas públicas.

¿Quién necesita Islandia teniendo el Miño?

YouTube video

La gente se obsesiona con ahorrar para visitar la Laguna Azul de Reikiavik, pero aquí tenemos algo mucho más auténtico y sin turistas pagando cincuenta euros por alquilar una toalla. El río Miño vertebra un corredor termal impresionante que, francamente, es la envidia de cualquier spa de cinco estrellas del resto de la península ibérica. Es ese contraste brutal lo que engancha, la sensación de que el frío te muerde la cara mientras el resto del cuerpo flota en la gloria a casi cuarenta grados.

Publicidad

El entorno no podría ser más evocador, con la niebla matinal levantándose sobre el río y la vegetación de ribera creando un muro natural que te aísla del ruido de la ciudad. No hace falta coger un avión para sentir que estás en el fin del mundo, solo necesitas un bañador, unas chanclas y dejarte llevar por el vapor. Y créeme, no hay mejor sensación en invierno que salir del agua humeante sintiéndote completamente nuevo y revitalizado.

Outariz: un trozo de Japón anclado en Galicia

Si decides pagar la entrada a la Estación Termal de Outariz —que ronda esos seis euros, menos de lo que te cuesta un gintonic malo en cualquier capital—, entras en un recinto de clara inspiración japonesa zen. Madera, piedras redondeadas y un silencio sepulcral, salvo por el sonido relajante del agua cayendo en cascada, componen un escenario que invita a bajar las revoluciones mentales. La arquitectura está pensada para que te olvides de que estás en España, transportándote a un onsen tradicional donde el respeto por el descanso ajeno es la única norma que realmente importa cumplir.

Pero si el presupuesto es cero, justo al lado tienes las pozas de acceso libre, donde la experiencia es igual de curativa aunque con un ambiente quizás más popular y bullicioso. Son las mismas aguas, la misma temperatura y el mismo río de fondo, democratizando un lujo que en otros lugares sería exclusivo de las élites. La verdad es que ambas opciones son un regalo para la salud mental y física del viajero que busca desconectar del estrés urbano.

Salud, minerales y el arte de no hacer nada

YouTube video

No es solo placer hedonista, que también, es que estas aguas bicarbonatadas y fluoradas te arreglan las articulaciones, la musculatura y la piel en cuestión de veinte minutos de inmersión. Los romanos, que de tontos no tenían un pelo, ya lo sabían hace dos mil años y nosotros, que vamos de modernos, solo estamos redescubriendo la pólvora del bienestar. El cuerpo agradece esa pausa, ese momento en el que la ingravidez del agua caliente te quita literalmente un peso de encima.

El ritual es sencillo pero estricto: inmersión caliente, choque térmico con el aire gélido —o agua fría si eres valiente— y repetir el ciclo hasta que se te arruguen los dedos de las manos. Resulta evidente que el estrés desaparece por el desagüe cuando te entregas a este ciclo ancestral de temperatura y reposo absoluto. Es imposible mirar el móvil o preocuparse por el correo del jefe cuando estás ocupado intentando que no se te empañen las gafas por el vapor.

El broche final no puede ser en remojo

Después de un par de horas a remojo, el cuerpo se queda relajado como un trapo, pero el estómago empieza a rugir reclamando justicia poética en forma de calorías contundentes. Sería un crimen irse de Ourense y de Galicia sin buscar una taberna cercana para honrar al producto local y recuperar las fuerzas perdidas en la termorregulación. La gastronomía aquí no es un complemento, es parte indivisible de la experiencia termal, porque el alma también se calienta masticando.

Publicidad

Un buen plato de pulpo á feira, con su pimentón y su aceite, acompañado de una taza de vino tinto de la zona, son obligatorios para cerrar el círculo del bienestar invernal gallego. Al final, la buena vida se resume en esto: agua caliente, comida honesta y gastar poco dinero para ser inmensamente feliz un martes cualquiera de febrero.

Publicidad
Publicidad