La palabra carnaval se queda corta cuando intentas explicar el delirio colectivo que sacude el Triángulo Mágico de Ourense cada invierno. Mientras en otros lugares se conforman con purpurina y carrozas patrocinadas por supermercados, en Laza prefieren la tierra y las hormigas para recordarte que la vida es puro barro. Es un ritual pagano que sobrevive a base de orgullo y una resistencia cultural envidiable.
El visitante que llega buscando un desfile ordenado suele terminar con la ropa arruinada y una sensación de desconcierto que tarda semanas en desaparecer. Aquí nadie es espectador porque el caos es democrático y húmedo gracias a los sacos de harina que vuelan sin previo aviso por las plazas. No busques lógica en el Entroido ourensano; simplemente déjate llevar por el ruido de las chocas metálicas.
Una lluvia de hormigas y vinagre
En Laza la jornada grande se convierte en una batalla campal donde la munición es harina y hormigas vivas. Los vecinos llevan semanas preparando estos insectos bañados en vinagre para que estén especialmente activos cuando toquen tu piel. Es una forma bastante peculiar de dar la bienvenida a los forasteros que se atreven a entrar en la plaza del pueblo hoy.
La Baixada da Morena marca el punto álgido de una locura que mezcla el humo de la ceniza con el olor a vino. Resulta fascinante ver cómo la gente huye de las hormigas mientras ríe a carcajadas bajo una nube blanca de harina industrial. Es un espectáculo que ninguna televisión nacional se atrevería a retransmitir en directo sin pedir perdón a los animalistas.
El mando sagrado del Peliqueiro
No hay autoridad en el pueblo que supere la de un Peliqueiro o un Cigarrón cuando el invierno empieza a despedirse. Estas figuras ancestrales recorren las calles asegurándose de que el espíritu del carnaval se respete con una severidad que asusta al turista más pintado. Sus máscaras de madera son auténticas joyas artesanales que pasan de generación en generación como un tesoro familiar.
Si te cruzas con uno y no vas disfrazado, prepárate para una reprimenda sonora o una invitación forzosa a pagar unas filloas calientes. El respeto por el Entroido es algo que no se negocia en este rincón de Galicia donde el pasado manda sobre el presente de forma absoluta. Es una jerarquía festiva que mantiene viva una identidad que no entiende de modas modernas.
El Triángulo Mágico y su delirio
Verín, Xinzo de Limia y Laza forman un territorio donde el tiempo parece detenerse para dar paso a la máscara. Cada localidad tiene su personaje y su liturgia, pero comparten una pasión desmedida por la fiesta que dura casi un mes completo. No es una celebración para flojos de salud ni para quienes odian madrugar con el sonido de los grandes bombos.
En Xinzo las pantallas son las protagonistas absolutas, saltando por las calles con sus globos de vejiga de animal listos para golpear. Esta tradición rural demuestra que la verdadera esencia de la máscara sigue viva en los lugares donde el asfalto tiene sabor a campo y humo. Es una experiencia inmersiva que te cambia la percepción de lo que significa divertirse realmente.
Un ritual que sobrevive a la tele
La globalización ha intentado domesticar muchas fiestas, pero el Triángulo Mágico se mantiene como un bastión de autenticidad casi salvaje. Es reconfortante saber que existen lugares sin filtros de Instagram donde el protagonista sigue siendo el vecino y no el influencer de turno buscando el selfi perfecto. Aquí la única red social que importa es la que se teje entre copas de licor y ceniza.
Al final, el Entroido ourensano no se cuenta, se sufre y se disfruta a partes iguales entre carreras, harina y risas compartidas. Es la prueba definitiva de que el carnaval más salvaje y puro no necesita un escenario con focos ni una coreografía ensayada durante meses. Regresar a casa con olor a vinagre y barro es el mejor souvenir que podrías llevarte de esta tierra.







