En los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado hay una epidemia silenciosa que nadie quiere nombrar en voz alta. Mientras los telediarios hablan de inseguridad ciudadana, de criminalidad, de delincuencia, hay una muerte que es 10 veces más probable en uniforme que en la calle. El suicidio. Entre 2005 y 2022, la Guardia Civil perdió 216 agentes por esta causa. Casi doce por año. En la Policía Nacional, las cifras son similares. Y en 2024, 24 policías y guardias civiles se quitaron la vida. Es una cifra que debería movilizar a gobiernos, ministerios y comandancias. Y apenas genera titulares.
Cuando los números hablan de una guerra que libran solos
Miremos los datos con frialdad. Entre 1993 y 2020, la tasa de mortalidad por suicidio en la Guardia Civil fue de 17,19 por cada 10.000 agentes. Compare eso con la población general española. Alrededor de 10 por cada 100.000. Traducción: los guardias civiles tienen un riesgo casi triple. No es un problema marginal. Es un factor que mata más que los accidentes de tráfico en servicio, más que las agresiones con arma de fuego, más que cualquier peligro ocupacional que enumeres. El suicidio es la principal causa de muerte no natural en la Guardia Civil y la Policía Nacional.
En Estados Unidos, los números son aterradores. En 2018, se suicidaron más policías que los que murieron en acto de servicio. El Departamento de Policía de Nueva York (NYPD) declaró emergencia de salud mental. Francia registró un incremento del 36% en suicidios de policías respecto a la población general en 2015. Reino Unido es la excepción porque sus policías no llevan armas de fuego. Entre 2015 y 2017, solo 23 policías británicos se suicidaron. Cuando tienes un arma en la cintura, tu método letal está a metros de distancia. Eso importa.
El trauma que se acumula, capa tras capa, hasta reventar
Los estudios son claros. Los policías ven cosas que el cerebro humano no está diseñado para procesar. Crímenes violentos. Abuso infantil. Violaciones. Tráfico de personas. Accidentes de autopista donde identificas restos de gente que conocías. El trastorno de estrés postraumático (TEPT) es endémico en los cuerpos policiales. Un estudio de 2023 confirmó que el trauma y el estrés laboral conducen directamente a depresión, ansiedad y trastornos por uso de sustancias. Esos son los predictores de suicidio. No son causas. Son antesala.
Los suicidios en las fuerzas del orden triplican los de la población general
Lo particularmente brutal es la cultura de silencio. Cuando un policía pide baja por problemas de salud mental, corre el rumor. «Está débil». «No aguanta presión». «Busca escaquearse del trabajo». No es frase. Es realidad documentada en decenas de testimonios. Así que los agentes callan. Se medican a escondidas. Beben. Usan drogas. El sistema de psicología está integrado en la cadena de mando. Significa que ir al psicólogo es registrado. Tu superior lo sabe. Tus compañeros se enteras. Es un estigma que aún sigue vigente en fuerzas supuestamente modernas.
De Oyarzún a Palencia: casos que la historia no debe olvidar
Un caso marca un punto de quiebre. 1980. Guipúzcoa. Una emboscada de ETA asesina a tres policías en Oyarzún. El día siguiente, el sargento Julián Carmona Fernández, de 45 años, padre de tres hijos, se suicida con su arma reglamentaria en las dependencias del Gobierno Civil. Había pasado la noche acompañando a las familias de los asesinados. La presión lo reventó. Fue clasificado como primer caso de lo que después se denominó «síndrome del norte». Una manera políticamente correcta de describir: el estrés acumulado mata.
Avancemos en el tiempo. Septiembre de 2019. El Mundo publica un reportaje brutal. «Estoy aquí porque me falló el arma y mi mujer me la quitó». Son palabras de un policía que intentó suicidarse. En apenas siete días, cuatro policías nacionales se han quitado la vida. Uno se dispara en Elche. Otro en Jaca. Un tercero se tira de una ventana en Palencia. Otro en Rivas-VaciaMadrid. Cuatro en una semana. Cuatro. Los titulares duran dos días. Luego desaparecen. Los sindicatos gritan. Nadie escucha. Así es el ciclo. Tragedia. Olvido. Siguiente tragedia.

Las cifras 2024-2025: cuando el repunte te dice que algo no funciona
Entramos en 2024 con una tasa que parecía estable. Hemos saltado de 16 casos en los primeros ocho meses a 24 en todo el año. 2025 ha empezado igual. Agosto de 2025: 11 suicidios de guardias civiles. Si continúa así, rozaremos treinta antes de que acabe el año. La Asociación Profesional de la Guardia Civil (AUGC) ha soltado una advertencia: «Es necesario un mayor compromiso institucional. Se debe proteger la salud mental de quienes están dedicados a la protección de los ciudadanos». Traducción del burocratés: «Estamos hartos. Nadie hace nada».
Los datos demuestran que el repunte fue especialmente brutal en 2021 y 2022. 34 suicidios. Pandemia de por medio. Teletrabajo para la mayoría. Pero no para policías y guardias civiles. Ellos seguían en la calle. Sin descanso. Sin comprensión. Sin reconocimiento. Desde entonces, las tasas han bajado ligeramente. Pero sigue siendo inaceptablemente alto. La Policía Nacional establece un teléfono de prevención en 2021. La Guardia Civil lo hizo en 2005. ¿Resultado? Existen. Pero el estigma persiste. Llamar a ese teléfono es admitir que necesitas ayuda. Y admitir eso en una organización militar aún es síntoma de debilidad.
Los factores que nadie controla bien
Los expertos identifican un patrón. Problemas de pareja. Adicciones. Dinero. Estrés laboral crónico. Edad entre 40 y 50 años. Hombres. Acceso a armas. Todo eso mezclado con una cultura que valora «la fortaleza» más que «la ayuda». El Coronel José Luis González Álvarez, jefe del Servicio de Psicología de la Guardia Civil, dice que muchos suicidios no son causados por el trabajo. Que son personales. Que es depresión común. Puede tener razón. Pero existe un detalle. Cuando tienes arma de fuego y depresión grave, la probabilidad de pasar de ideación a acción aumenta exponencialmente. El acceso a medios letales cambia todo.
Lo complejo es que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado utilizan «autopsia psicológica» para cada caso. Un protocolo exhaustivo de entrevistas, cuestionarios, análisis. Entienden las causas profundas. Y aun así, no lo previenen. Los sindicatos piden planes continuos de prevención. Acceso a psicólogos confidenciales. Redes de apoyo entre compañeros. Nada de eso llega a buen puerto porque implicaría admitir que existe un problema sistémico. Y un problema sistémico requiere presupuesto. Requiere cambio cultural. Requiere que un general diga: «Aquí hay algo roto». Mientras tanto, mueren policías.






