Guardia Civil: Hacer este «gesto solidario» a otro conductor te costará 200 euros si te pillan

En España, la Guardia Civil puede sancionar el uso indebido del alumbrado cuando se usa como “lenguaje secreto” entre conductores. Y ese supuesto gesto solidario, si se interpreta como peligroso o fuera de norma, puede acabar en una receta que duele.

Guardia Civil se pone firme y a partir del 1 de enero hacer este “gesto solidario” a otro conductor te costará 200 euros, porque dar ráfagas para avisar de un radar o un control se mueve en un terreno incómodo: el de las señales que se usan sin motivo de seguridad real y con un efecto directo sobre la conducción de otros.

La palabra clave aquí es Guardia Civil, pero el trasfondo es más amplio: la carretera está llena de códigos, y el de las ráfagas es el más antiguo. El problema llega cuando ese código se convierte en rutina, se hace por costumbre y termina provocando deslumbramientos, frenazos o maniobras nerviosas justo donde no conviene.

EL GESTO QUE PARECE AYUDA… Y ACABA EN MULTA

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Hay conductores que lo hacen casi sin pensar: ven un trípode, una patrulla o una furgoneta camuflada, y lanzan dos destellos rápidos “para avisar”. Ese instante, que muchos justifican como compañerismo, choca con una realidad: las luces no son un chat, son un elemento de seguridad y se sanciona su uso indebido.

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El dato que rompe la narrativa romántica es el dinero. En la práctica, “hacer ráfagas” como acción injustificada se asocia a sanciones que se mueven alrededor de los 80 euros cuando se considera infracción leve por mal uso de la iluminación. Y si el agente entiende que se ha generado riesgo, deslumbramiento o peligro, la horquilla puede escalar a 200 euros.

La consecuencia no es solo económica: el problema es el contexto. Una ráfaga en una recta nocturna puede provocar que el otro coche frene por miedo, mire el móvil para abrir una app, o invada el carril con un volantazo. Y cuando la Guardia Civil detecta ese patrón, no ve solidaridad, ve una maniobra que altera el tráfico.

CUÁNDO SÍ PUEDES DAR RÁFAGAS (Y CUÁNDO NI SE TE OCURRA)

Las ráfagas no están “prohibidas” como gesto físico, pero sí están acotadas por el sentido: deben responder a seguridad inmediata. En conducción real, eso significa avisar de un peligro concreto o indicar una intención clara en una maniobra, no mandar mensajes a desconocidos porque “hay control”.

El enfoque de norma es simple: las luces largas y sus destellos se justifican para ver y ser visto en condiciones concretas, y también como aviso breve para evitar un riesgo. Ese matiz aparece en guías que recuerdan que las ráfagas deben ser cortas y orientadas a evitar accidentes o advertir peligro, no a meter prisa ni a “dar paso” en cruces.

En la práctica, la regla útil para el conductor es esta: si no hay riesgo directo (un animal suelto, un obstáculo, un vehículo parado, un adelantamiento mal planteado), lo sensato es no tocar la palanca. Porque el agente no sanciona lo que pasa por tu cabeza, sanciona lo que se ve desde fuera: un uso de alumbrado que no encaja con seguridad vial.

RADARES, CONTROLES Y EL “CÓDIGO” ENTRE CONDUCTORES

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El radar tiene algo de mito y de teatro: el que lo ve siente que “descubre” algo, y el que recibe las ráfagas interpreta que viene una trampa. Ese intercambio, que antes era casi folclore de carretera, hoy convive con una vigilancia mucho más completa y con el foco puesto en velocidad, móviles y cinturón, sin necesidad de grandes despliegues.

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Además, el conductor medio se engancha a una idea peligrosa: “si me avisan, ya está”. Y no. Los márgenes, los tipos de cinemómetro y los umbrales reales de denuncia generan una falsa sensación de control, como muestra el debate sobre el “mito del 7%” y los márgenes que se aplican en radares fijos y móviles. Cuando se mezcla esa confusión con ráfagas, el resultado es un cóctel de frenazos y acelerones.

La consecuencia práctica es clara: avisar con luces no solo puede salirte caro, también puede salirte inútil. Entre radares fijos, móviles, tramos y vigilancia cambiante, el conductor que depende de la señal del otro se vuelve más errático. Y la erraticidad, en carretera, es lo que más canta en un control.

LO QUE TE SALVA DE VERDAD EN UN CONTROL

Si la idea es “evitar problemas”, el camino corto no es el destello, es la conducción limpia. Mantener la velocidad real adecuada, respetar distancias y anticipar la vía funciona siempre, haya radar o no. Y, sobre todo, evita el típico error de reacción: frenar de golpe al ver una patrulla, justo cuando hay más ojos mirando.

Aquí hay un detalle que casi nadie piensa: los controles no son solo para multar, también son puntos donde se mira comportamiento. Un coche que llega estable, con maniobras previsibles, pasa sin ruido. Un coche que llega “avisado”, con frenazo y miradas nerviosas, se delata solo.

Y si se quiere entender por qué esto es tan sensible, basta recordar qué es el sistema de iluminación del vehículo: un conjunto de dispositivos pensados para señalizar y ver, no para comunicarse “en clave”. En esa frontera —entre señalización y comunicación— es donde la Guardia Civil encuentra la infracción, y donde un gesto que parecía solidario puede terminar clavado en 200 euros.

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