Libertad sin ira, la política española en el laberinto de Creta

“Libertad, sin ira libertad, llévate tu miedo y tu ira porque hay libertad, sin ira libertad y si no la hay sin duda la habrá”. Una canción de esperanza justo antes de las primeras elecciones democráticas. Confieso que no me ha parado de sonar en el interior en estos tiempos de palabras vacías, silencios interesados, defensas inocuas de la Constitución y  división, la realidad que más daño puede hacer a una familia, a un pueblo, a una sociedad. No escribo nación porque lo agravo.

Hay unas certezas contrastadas: la Constitución no puede modificarse sin sus requisitos, el Gobierno se encuentra condicionado por las normas de la Unión Europea en cuanto al déficit y, sobre todo, la deuda pública es el voraz dragón que limita la opción de las decisiones esenciales. Eso sin contar con que la mayoría de nuestra legislación es homogénea con las normas de la Unión.

El primer día como presidente en esta legislatura han salido las primeras verdades. El Ministerio de Economía tranquiliza a los mercados, el jueves es día de subasta de deuda pública. Dos agencias de calificación advierten sobre las consecuencias de las propuestas de Pablo Iglesias.

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Hay una duda que atañe a todos los españoles: si realmente se cumplirá el principio de igualdad ante la ley. ¿Conservaremos una confianza en la Justicia, en quien la imparte y actúa, o van a ser calificados, cuestionados o seleccionados por su ideología conforme a los criterios del Gobierno o quienes lo apoyan? El primer gesto-nombramiento y postura del PSC están a nuestra vista, pero las resoluciones del Tribunal Supremo también.

El Senado de Roma tomaba sus decisiones con dos grupos mayoritarios pero con facciones (subgrupos) de influencia a sueldo o sometidos por interés o raíz social a personajes ricos y  relevantes. Buscaban nombramientos o leyes para su beneficio. Pero era firme, y actuaba en consecuencia, respecto a la defensa de Roma, sus intereses y sus territorios, fuera de la lucha entre distintas facciones con independencia de quienes fueran partidarios. Otra cosa es a quién se le daba el mando de las tropas.

ESTADISTA Y REBELDE

El poder, sólo el poder vale, al parecer mucho más que cualquier valor por esencial que nos parezca. Pero, en nuestro mundo global, el poder, (que, como toda gloria mundana, es transitorio) está muy limitado: por la estructura mastodóntica del Estado, por una financiación que depende de fondos internacionales. Va a resultar difícil conciliar y manejar la rebeldía, ser estadista y transigir con todo, defender algo e intentar parecer que hace lo contrario, dialogar sin objeto.

Viendo la estampa de preeminencia por tener asegurado el poder, no podemos engañarnos. Lo tiene difícil el presidente del Gobierno y, también, todos los demás aliados de hecho y de Derecho. La oposición sufrirá su verbo y su ataque pero sus aliados sufrirán del poder que sí pueden usar. La partida continúa con la misma evidencia de que cada uno a lo suyo: su discurso, el dinero del Presupuesto, la mercancía ideológica y el manejo de la pública opinión.

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Otra hoja de ruta podría diseñarse, pero no lo admitirán quienes han posibilitado el nombramiento y reciben abrazos en vez de Ley. Todos lo saben. Así que Economía, lo que se pueda, pocas interferencias pero más recaudación. Luego, diálogo y justicia, Constitución, y la comunicación como motor y diseño.

La cruda realidad (el minotauro) nos pondrá a todos en el sitio. Es un laberinto en el que el disfrute parece estar en permanecer, sea quien sea el monstruo que lo defienda. El rumbo real, la salida, desconocida de momento.