Las siete vidas de Félix, el general

Félix Sanz Roldán, secretario de Estado director del CNI y sobre todas las cosas general, siempre tiene un momento para ser amable. Especialmente con la prensa. Y el móvil a mano. Hay quien piensa que esa es una de las claves por las que ha conseguido ser uno de los jefes del espionaje español más longevo: una década al frente del CNI. Aunque, si el general Sanz tiene más de siete vidas es porque maneja a la perfección los resortes del Poder, en mayúsculas. Al menos ya dos veces ha sorteado milagrosamente la jubilación forzosa.

Un poder que se guisa en cenáculos, como el del restaurante de Pozuelo (Madrid) donde, una vez a la semana, aparecían coches oscuros poblados de antenas. En el más discreto de los reservados, protegidos por casi una decena de escoltas, se sentaba lo que se podría denominar el mayor cenáculo del poder en España. Fuentes cercanas a uno de los comensales explican que era el lugar del despacho semanal informal y amistoso que mantenía Sanz Roldán con el Rey Juan Carlos, César Alierta y algún que otro gran empresario amigo. Era. Después el general, con su gran habilidad y fidelidad a la cadena de mando, ha logrado también la cercanía con su hijo, Felipe VI, renovando un nihil obstat fundamental para su puesto.

Sanz Roldán es militar, como el rey Juan Carlos I, salido de la Academia General Militar de Zaragoza, si bien el general de Ejército al frente del CNI es de varias promociones posteriores. Eso no evita que tenga una sólida relación de amistad con algunos de sus «mayores», como José Luis Cortina.

Pero quizá la mayor muestra de la habilidad de Félix Sanz no sea haber conseguido evidenciar su lealtad a los dos reyes, que la profesión y formación común de militares ha facilitado en ambos casos. Con toda seguridad es la de poder ser considerado fiel colaborador e informador de personajes tan variopintos como José Bono, José Luis Rodríguez Zapatero, Carme Chacón, Alfredo Pérez Rubalcaba, Mariano Rajoy o Soraya Sáenz de Santamaría.

El estado de sus relaciones con la actual jefa del departamento de Defensa, Margarita Robles es sin embargo, un arcano que las fuentes consultadas no son capaces de aclarar: desde quienes piensan que hay lealtad y aprecio sincero a quienes dicen que no hay trato personal alguno. En principio nada contradictorio, por otra parte.

Lo cierto es que Robles se tomó su mandato sobre el CNI muy en serio, cuando Pedro Sánchez decidió el cambio orgánico por el que sacaba el control del centro de la vicepresidencia del Gobierno devolviéndolo a Defensa. Más allá de las diferencias de perfil político entre Soraya Sáenz de Santamaría y Carmen Calvo, el mensaje que trascendía a la comunidad de inteligencia era que el aire militar regresaba a los edificios de la Cuesta de las Perdices, como ya venía sucediendo desde la llegada de Sanz.

Y muestra de que la ministra se lo tomó muy en serio es que no solo Esperanza Casteleiro, su jefa de Gabinete, es una mujer formada en el Centro, sino que también el subsecretario del Ministerio, Alejo de la Torre, jurídico militar en servicios especiales, está vinculado al mismo, oficialmente desde 2005 aunque fuentes conocedoras lo sitúan ya antes.

FÉLIX SANZ, EL CICERONE

Félix Sanz Roldán es un gran cicerone para las visitas VIP que acuden a conocer las instalaciones de la Casa. El general gusta de enseñar, orgulloso, su centro de operaciones, activo 24 horas todos los días del año, 24/365 como dicen los militares. Sabiamente trufa la cortesía militar con pequeñas confidencias sin interés operativo, pero con las que gana la confianza del interlocutor, que se siente obsequiado por la cercanía a las tripas de los secretos de Estado. En sus explicaciones sobre la complejidad del factor humano y la dura prueba para las familias, repite la de una agente que en mitad de la noche, tras una somera llamada de aviso, se ve obligada a salir del lecho donde está con su pareja y, sin más explicaciones, se marcha por tiempo indefinido.

Es un militar con la desusada amabilidad y cortesía de los caballeros, pero con un atractivo aggiornamento a los tiempos corrientes. Esmerado en mostrar su respeto institucional y escrupuloso a la cadena de mando, pero audaz en sus maniobras. Y afortunado. Por ejemplo, era un joven capitán de la Brigada Acorazada el 23 de febrero de 1981, pero aquel día del golpe la fortuna y el programa de adiestramiento lo sorprendieron con su batería de maniobras en el lejano campo de San Gregorio (Zaragoza), lejos de los líos del general Juste, Pardo Zancada o el coronel San Martín, e incluso de su jefe, el general Pontijos. Miembros de su regimiento eran los que acudieron a tomar Prado del Rey.

Tiene buena suerte y unas habilidades sociales sobresalientes que le ayudaron a sobrevivir en algunos momentos delicados de su carrera. En 2004, a unos meses de pasar a la reserva, con la llegada de José Bono al ministerio de Defensa (Sanz es castellano-manchego, de Uclés) ascendió, en solo un mes y medio, a Teniente General y Director General de Política de Defensa (DIGENPOL), primero, y a General de Ejército y Jefe del Estado Mayor de la Defensa, después. En 2006 dimitía José Bono, quedando en el Ministerio una parte de su equipo, entre ellos el JEMAD hasta el relevo natural que habría de producirse en su caso a los cuatro años, con el cambio de legislatura. Tras las elecciones, Carme Chacón, nueva ministra de Defensa, renovó a todos los cargos militares y Félix Sanz se quedó con sus estrellas, pero al borde del retiro forzoso. Sanz no se resignó: sometió a una alta presión a Carme Chacón –con decenas de llamadas insistentes de teléfono– para que se rompiera la alternancia establecida entre los tres ejércitos y se le renovara al frente del Estado Mayor de la Defensa. No lo consiguió, pero por poco.

Pero se volvió a salvar del retiro forzoso. En La Moncloa se creó una secretaría de Estado que parecía diseñada solo para mantenerlo activo: la de Alto Representante para la Presidencia Española de la UE que ya se avecinaba (la “coincidencia cósmica” entre Obama y Zapatero, que decía Leyre Pajín).

Sanz Roldán dispuso así de despacho, coche oficial y una estructura mínima. Pero su cargo tenía, por definición, los días contados en una Moncloa dominada por José Enrique Serrano, a su vez bajo la oblicua vigilancia del primo “fontanero” de Zapatero, José Miguel Vidal. Con audacia, a veces hasta colándose en el coche del presidente casi de rondón, el general se ganó el afecto y la consideración de Zapatero. En estos círculos de poder, un rato a solas en el habitáculo blindado del presidente vale oro.

Tras la crisis provocada por filtraciones a la prensa (diario El Mundo) de unas fotos comprometidas del entonces director del CNI, Alberto Saiz, el relevo estaba allí, en La Moncloa, y ya era del círculo de confianza de Zapatero. Fuentes del departamento de Defensa aseguran que Chacón quería a una “mujer y catalana” al frente del CNI, como una muestra pública más de la ruptura del techo de cristal que empezó ella misma, embarazada y de blanco, mandando “firmes” a la formación de honores de su toma de posesión. Otras aseguran que llegó a prometer el puesto a alguna persona, ni mujer ni catalana, de su entorno en el ministerio. Pero fue Félix Sanz Roldán, que nunca fue la opción de Chacón sino de Zapatero, quien ocupó el despacho del edificio central del CNI.

Su trabajo como JEMAD ya se había tocado con los servicios de inteligencia. Además, su labor fue fundamental en los tiempos de la retirada de Irak: su experiencia y contactos, desde antiguo, con oficiales salidos de West Point llegados a la cúpula de la Defensa de Estados Unidos había valido para salvar una situación muy apurada diplomática, militar y hasta industrialmente.

LA LEGIÓN EN LA SOLAPA

Ahora el general se mueve con una amplia pero discreta escolta. Y no es difícil verlo por Madrid, donde gusta de acudir a numerosos actos sociales. Vestido de civil, pero con el emblema de la Legión en su solapa, un poco encorvado a sus 75 años, Sanz Roldán departe, suelta confidencias, amabilidad, y cuando se despide del corrillo queda la sensación de que has recibido un regalo confidencial, pero que no sabes muy bien a dónde lleva, más que nada porque más o menos ya lo sabías. Es, como definía José Bono el off the record, el espíritu del “vino derramado inadvertidamente desde la sacristía hasta el altar”.

A pesar de que parece claro que no renovará, hay quien cree que, desafiando la lógica, la edad de jubilación y hasta las normas no escritas del CNI, Sanz Roldán puede renovar su mandato a finales de julio. No está claro si puede prolongar cinco años más; tampoco si su salud, la de un hombre de 75 años en la primera línea desde hace décadas, se lo permitiría. Y él repite una frase de su antecesor, Javier Calderón, cuando le preguntan quién sería, teóricamente, el mejor candidato: “Alguien que no tenga futuro después de pasar por este puesto”.

Sus antiguos portavoces aseguraban que el coste familiar de la tensión del cargo es altísima. Ésa es otra de sus virtudes: conseguir que todo el mundo piense que está haciendo un enorme sacrificio, que lo hace, pero en la actividad en que probablemente más ha disfrutado en su larga carrera, desde que salió de Segovia como teniente de artillería en 1966.