Villarejo a la ministra Delgado: “Lola, ¿vino o cerveza?”

“Viene Lola, aquí conmigo”. El comisario José Manuel Villarejo lo tenía claro: había sido el primero en llegar al restaurante Rianxo e iba a invitar a sus amigos para celebrar su medalla pensionada recién concedida, así que distribuyó a los comensales como él quería y colocó las sillas de Baltasar Garzón y Dolores Delgado junto a él.

La grabadora camuflada ya estaba funcionando. Villarejo la había activado en la calle, un par de minutos antes de entrar en el restaurante. A la postre, las voces de Garzón y Delgado serán las mejor captadas por el sofisticado aparato. No era casualidad.

El primero en felicitarle por la nueva medalla es Gabriel Fuentes, adjunto al Director Adjunto Operativo (DAO) de la policía, como él, quien no duda en alabar lo bien que está Villarejo de salud: “Anda burundanga, que te han condecorado ya… vamos que te han condecorado otra vez”, le dice.

 

El restaurante Rianxo, que hoy en día ya no existe, era uno de los sitios preferidos de Villarejo. En palabras suyas, era su “territorio”, tal y como les confesó a los invitados en el último tramo de la comida. Y era el mismo lugar en el que había coincidido unos meses antes de ese 2009 con Luis Bárcenas, Álvaro Lapuerta e Ignacio Llorens, un diputado del PP de Lleida, cuando el caso Gürtel ya había estallado.

Aquel día, el extesorero del PP se abalanzó sobre el jefe de la Comisaría General de la Policía Judicial, Juan Antonio González alias ‘JAG’, con una serie de improperios y amenazas veladas en presencia de Villarejo y otros mandos policiales. Un lance narrado por El Confidencial hace unos años y en el que Bárcenas perdió los estribos, quizás porque se veía ya acorralado. “Estuvo muy desafortunado el pollo”, rememora el comisario en la grabación.

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Cuando el entonces magistrado de la Audiencia Nacional y la fiscal llegan a la mesa, el resto de comensales ya se han terminado casi todos los entrantes. Además, Garzón se disculpa porque quiere ir a saludar a una persona que ha visto al entrar en el restaurante, así que el anfitrión ejerce como tal y se dirige a la hoy ministra de Justicia por el diminutivo familiar por el que la conoce: “Lola, ¿vino o cerveza?”. La fiscal se inclina por lo segundo y es el propio Villarejo quien la orden al camarero: “Una cañita por aquí”.

El compadreo de Delgado con Villarejo y el resto de mandos policiales es palmario desde el inicio del ágape. Uno de ellos se sorprende ante la fiscal que se hayan redactado tres periciales en el asunto de los piratas somalíes enviados a España. “¿Tanto le han mirado el rabo?”, le suelta a bocajarro. Y tras la discusión sobre el caso Alakrana, otro comisario le explica a Delgado el motivo real de esa comida dando inicio a la parte más laudatoria del almuerzo.

Comisario.- “Lola, esta mariscadita, estas cositas…”

Garzón.- “Bueno, yo me tengo que ir, si sigues hablando me voy”

Villarejo.- “Je je je,”

Comisario.- “…invita el señor Villarejo porque le han dado una medalla.”

Villarejo.- «Bueno, por favor…»

Delgado a Villarejo.- “¡Enhorabuena!”

Villarejo.- “Gracias, gracias”

Garzón.- “¿Cuándo te la dan?, está concedida ¿ no?”

En ese momento, cualquiera se puede imaginar a Villarejo lleno de felicidad y un pelín colorado ante los elogios que le llegan. El comisario se escapa del azoramiento preguntándole a Garzón cómo fue la entrega de su condecoración bajo el Gobierno de José María Aznar.

“Fue cuando todo lo del entorno de ETA, me la dio Mayor Oreja en su despacho”, resume el entonces magistrado de la Audiencia Nacional en voz baja, como si le diera un poco de vergüenza que la distinción le llegase en tiempos del PP. Tras ello, Delgado vuelve a regalarle un piropo a Villarejo, quien echa mano del inglés para describir su vida policial:

Delgado.- “Oye, pues enhorabuena”.

Villarejo.- “Muchísimas gracias, la verdad es que yo, es una cosa…”

(Garzón se entromete en la conversación hablando a otro de los comensales): “Es compañero de promoción”.

Villarejo.- “Sobre todo porque como soy un ‘underground’, un mala vida. Es una cosa que tienes que asumirlo, el hecho de que no existas formalmente en casi nada”.

Las palabras de Villarejo son una síntesis de la trayectoria profesional por la que pasan los directores adjuntos de la DAO, esa en la que nunca se aparece en las fotos oficiales y cuando a uno le conceden una medalla, se la imponen lejos de los focos, en la soledad del despacho del jefe de la Policía Nacional o del ministro… llegado el caso.

Garzón aprovecha la camaradería del momento para decirles a sus compañeros de mesa que es una buena ocasión para celebrar, igualmente, los resultados de su último reconocimiento médico, en el que no hay rastro del “pólipo en el ciego” que le han extirpado hace unas semanas. “Me dijeron que tenía mala pinta pero nada”, les tranquiliza el juez y Villarejo aprovecha la ocasión para darle unas palmaditas en la espalda: “¡Pues de puta madre!”.

El magistrado tiene una “teoría” sobre todos los males de salud que lleva arrastrando últimamente. “Todo lo que me está pasando es de los hijoputas estos de la Gürtel y lo del Supremo”, confiesa.

 

El comisario Miguel Ángel Fernández Chica relata al magistrado y la fiscal que esa misma mañana ha pasado por una sesión de quimioterapia para tratarse el cáncer que le han diagnosticado. “Para lo que tiene usted encima, eso es una gilipollez”, le anima a Garzón, adelantándose a otro de los mandos policiales que ve cómo la conversación se está yendo por derroteros algo más tristes. Por eso propone un brindis: “¡Por el culo de Baltasar!”, dice en voz alta. Tras el tintineo de copas, Garzón le cuenta por lo bajini a Delgado: “Por cierto, hoy no me he tomado la pastillita de la tensión”.

Uno de los momentos más curiosos del ágape es cuando uno de los comisarios presentes se queja de una resolución judicial reciente, en la que se había fallado contra un mando policial. «No busque aliados míos», le corta en seco Garzón, quien descalifica a continuación a la Justicia de nuestro país, en la que él mismo estaba trabajando como juez instructor.

Garzón.- «La Justicia en este país, una puta mierda»

Delgado.- «¡Qué capullo eres!»

Garzón.- «No me la creo nada. Creo en determinados jueces y fiscales«.

 

Los comensales llegan a los postres y la conversación deriva a asuntos más familiares. Es el propio Garzón quien desvela a los mandos policiales que Delgado está a punto de festejar su cumpleaños.

La propia fiscal se adelanta a las miradas curiosas y les anticipa que cumplirá 47 años el 9 de noviembre de ese 2009. “¡Nadie lo diría, si pareces diez años menos!”, le suelta Villarejo con su característico vozarrón para que todos escuchen bien lo que ha dicho.

Y roto el hielo, llega el momento del intercambio de fotos que llevan en sus respectivos móviles, sobre todo de hijos y nietos. Mientras Garzón busca a su “niña”, que un par de años antes se ha casado, Delgado muestra “lo guapo que es” su vástago de 17 años. “Si podría ser tu novio”, le suelta un mando policial a la fiscal.

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Es entonces cuando Garzón muestra su faceta más vanidosa y les cuenta la sorpresa que le han dado en su último viaje a República Dominicana al entregarle la Orden del Mérito Civil “con distintivo de plata”, precisa el magistrado, sin que él se lo esperase. El propio presidente de la isla caribeña le impuso tal distinción.

Y no se queda ahí: “Me están tramitando el Azteca de Oro”, añade el juez a los presentes refiriéndose a la Orden del Águila Azteca, la más alta distinción que concede México a personalidades extranjeras. Si bien, a día de hoy, Garzón no ha sido condecorado con dicha distinción.

Con los camareros retirando los platos de la mesa, Enrique García Castaño ‘el Gordo’ les hace partícipes de la suerte que tiene con un viaje de trabajo inminente a Estambul, un lugar que aún no conoce Delgado. “De ilusión también se vive”, se oye decir a Garzón mientras la fiscal confiesa a los cuatro vientos: “Yo quiero ir contigo, Enrique”. Y es entonces, cuando la grabadora vuelve a recoger la risa sardónica de Villarejo: “Je, je, je”.