Ni los gurús profesionales de los partidos se atreven a poner la mano en el fuego por sus pronósticos para esta noche. El eterno vaivén en que se ha convertido la política española desde la última mayoría del PP hacen prever unas elecciones inciertas, como no se recuerda en la Democracia española.
Quizás el quid de la cuestión vaya a ser la capacidad de resistencia del PP ante las adversidades. El inesperado desmoronamiento de la formación hasta ahora hegemónica en la derecha española es el factor diabólico que tiene desconcertado a todos los expertos demoscópicos.
Quizás todo comenzó con la pereza y desgana con la que el Ejecutivo de Mariano Rajoy afrontó la intempestiva moción de censura de Pedro Sánchez, que hace diez meses era un líder de la oposición que ni siquiera tenía escaño en el Congreso. El resto es todo conocido, y seguramente pasará como una moviola de pesadilla por la cabeza de los dirigentes del PP. Una derrota; la salida corriendo de Rajoy; unas primarias fratricidas; la irrupción de Vox, el desafecto en las encuestas…
El aparente y esperado –al menos vaticinado en las encuestas– resquebrajamiento de la potencia electoral del PP, infalible y creciente desde los tiempos de Fraga, ha provocado un terremoto en el mapa electoral. Un mapa con una incógnita que solo se despejará esta noche: hasta dónde llegará en realidad en fenómeno llamado Vox.
Si nos atenemos a los bloques, izquierda-derecha, realmente España está donde estaba: partida en dos. Hasta ahora solo quien conquistaba el centro del tablero conseguía las mayorías que han articulado el desarrollo político de España. Hasta ahora.
Pero esta vez parece que nadie está interesado en conquistar el centro. El partido que, al menos nominalmente, debería estar allí, Ciudadanos, ha parecido en esta extraña campaña electoral más interesado en marcarse como formación derechas. Seguramente porque los estrategas han identificado sangría de votos hacia Vox, en casi todas las formaciones políticas.
Vox se ha convertido en una marca de moda, incluso por encima de las aptitud o los aciertos y numerosos errores de sus líderes. Realmente parecía que daba igual lo que dijera Santiago Abascal, o Monasterio, o Espinosa de los Monteros, o el inefable Ortega Smith, que no había nada que erosionara el creciente fenómeno de masas. Ha sido algo así como el fenómeno pop de la derecha.
Las huestes de Santiago Abascal se han atrevido con los escenarios que más escalofrío dan a los grandes partidos: llenar “la cubierta” de Leganés; plazas de toros, auditorios en Galicia, Sevilla, la Ciudad de las Ciencias en Valencia… Vox ha sido esta campaña electoral una bola de nieve que no ha parado de crecer. Habrá que ver si este fenómeno pop se refleja en las urnas.
Porque medir a Vox ha sido el ‘Bosón de Higgs’ de los sociólogos que se dedican a las encuestas en España. Por un lado, la falta de recuerdo de voto de Vox, que era marginal hasta este mismo año, lo que dificulta los cálculos. Por otro, el miedo al terrible error que se cometió (y el primero el CIS) en las elecciones andaluzas, que menospreciaron su llegada al votante y fue algo así como no oír llegar a una estampida de bisontes. ¿Dónde se va a parar el conteo de diputados para Vox? Los prudentes lo han puesto en un arco que apenas supera los 20, algún gurú ha exhibido esta semana un pronóstico con 70 diputados, con victoria en Madrid.
Es obvio que la formación de derechas ha crecido a expensas del PP. Pero también de Ciudadanos, y parece bastante demostrado que en alguna medida a costa del Podemos e incluso del PSOE.
Los ideólogos del PP se encontraron con que, por primera vez, su masa electoral no hacía frontera con el PSOE. Una de las claves de la llegada al liderazgo de Pablo Casado, la capacidad de quitar le aire a Vox. Se trataba de un político con rasgos más conservadores que Soraya Sáenz de Santamaría, que representaba al templado y poco ideologizado “marianismo” de Rajoy. Lo que las bases del PP no querían tras la debacle de la moción de censura y las caídas electorales en las que se disolvió la mayoría mas amplia de la historia de la Democracia española, la que logró Rajoy en el ya lejano 2011.
El partido que en los años 2011-2015 reunió más poder en la historia de España ha ido recibiendo golpe tras golpe con cierto aire de sonado. El último, la humillante fuga del ex presidente de la Comunidad de Madrid, Ángel Garrido, ninguneado hasta el extremo.
Casado parecía garantizar que se retendría mejor el voto ante el naciente ascendiente de Vox hacia el votante del PP. Pero estas elecciones parece que han pillado a Casado y su equipo un poco descolocados. Casi la única buena noticia de la campaña del PP ha sido el juego que ha dado una persona en cierto sentido extemporánea, Cayetana Álvarez de Toledo. La aristócrata ha sido duramente criticada, pero al menos ha parecido ser la única capaz de mover el árbol de la anodina indiferencia. La hiperactividad viajera de Pablo Casado no ha dado mucho sentido a la campaña del PP, que lo mismo se desayunaba con su líder vestido de pastor con un cordero, con una bata blanca o chutando un balón en la portada de Marca.
Mientras, las cosas pasaban a su alrededor.
Por ejemplo, la sobreactuada irrupción de Albert Rivera, que a base de gestos destemplados, se llevó la victoria en el primer debate. Por ejemplo, la tímida resurrección de otro peso pesado que parecía sonado, Pablo Iglesias. Pasaba que se estaba desarrollando una campaña de perfil bajo al gusto de Pedro Sánchez y su estratega, Iván Redondo.
El presidente del Gobierno quería una campaña que lo llevara en volandas, a lomos de las encuestas favorables, hasta el 28 de abril. Una victoria, dos pactos posibles, pim, pam, pum, cuatro años más en La Moncloa. Pero las cosas se le empezaron a torcer por una decisión de la Junta Electoral Central, que le arruinó su plan de debatir poco y con Santiago Abascal en plató.
Los debates se le dieron mal a Pedro Sánchez, del mismo modo que la acción de Gobierno consiguió metabolizarla muy bien a su favor. Su gesto desabrido, con cara de querer irse corriendo de allí lo colocaron en mala posición, seguramente más por la comunicación no verbal, que por lo verbal. Leer sus propias medidas y su programa en el debate fue un hito al que ni siquiera llegó Rajoy en sus momentos más perezosos.
Además, como le pasó al PP, hay una jugada sibilina de ajedrez que le puede salir muy mal. Desde el Gobierno y sus aliados mediáticos se decidió dar aire a Vox. Igual que desde el PP se decidió que Podemos iba a erosionar al PSOE. Pero estos experimentos en los que se crían tigres, se pueden descontrolar y el tigre luego no hay quien lo devuelva a la jaula.
El viejo tigre Iglesias ha tenido una legislatura muy erosionante, que se le ha hecho muy larga. La polémica por la mansión de Galapagar, los arreones de una complicada paternidad, las peleas cainitas e infinitas en su propio partido… Ninguno de los líderes que estaba en la foto de la jornada de reflexión de Iglesias en 2016 ha repetido este sábado. Ni Errejón, ni Bescansa, sobre todo. Ni Tania Sánchez, claro. Solo Monedero, una especie de excéntrico padre de la patria podemita, sigue, ya resignado a su papel de alegre comparsa sin peso en el partido. Sin embargo, el papel templado de Pablo Iglesias en los debates le han dado, según los conocedores de los track de los partidos, un pequeño balón de oxígeno.
Todos estos elementos se meterán este domingo en una coctelera en forma de urna. Quizás la peor pesadilla para los españoles es que, como pasó en 2015 y 2016, este galimatías no lleve a ningún lado y haya que repetir elecciones. Una pesadilla de una noche de abril, en la que los líderes dormirán abrazados a sus talismanes, en espera de que los españoles les crean capaces de pilotar el país en tiempos procelosos.