Vox está herido, pero Abascal no lo sabe

Vox nació como un muro de contención contra el independentismo, especialmente en Cataluña y País Vasco. Era la construcción de un partido para poner en su sitio a los independentistas, como hizo con el juicio del 1-O, haciendo cumplir la ley en los Ayuntamientos y como un herramienta necesaria para poner barreras a los independentistas.

Desde su fundación, no obstante, Vox ha modificado paulatinamente el discurso y ha puesto el foco contra otras banderas, como el feminismo radical, la del arcoiris, el aborto y el comunismo, entre otras. Un cambio que prácticamente forzado por la ideología de Jorge Buxadé, excandidato de Falange y posiblemente el nuevo jefe de Vox si los de Abascal continúan perdiendo escaños a pasos agigantados como ha ocurrido en las pasadas elecciones generales de este 23 de julio.

Los de Abascal se han dejado en cuatro años 486.910 votos en toda España y en algunas Comunidades Autónomas han recortado con fuerza su presencia en el Congreso. En el Senado, los conservadores no han tenido ni un sólo escaño, pero tendrán un representante autonómico por Valencia, cortesía del PP.

Vox se construyó con parte del núcleo duro del PP, como Alejo Vidal-Quadras en el equipo fundador. La principal idea era mantener una formación de corte liberal en lo económico y muro de contención contra el independentismo ante los constantes pactos de PP y PSOE con CiU y PNV. Ese espacio también lo ocupaba Ciudadanos, con un corte más centrista y liberal en cuanto a la fiscalidad y productividad. No obstante, la muerte política de Vox es muy distinta de la llamada «veleta naranja».

LA CAÍDA DE VOX SERÁ MUY DIFERENTE A LA DE CIUDADANOS

Rivera rechazó de lleno un acuerdo con el PSOE de Pedro Sánchez a pesar de que los números daban. Los socialistas no dependerían ni de Podemos ni tampoco de las formaciones independentistas, pero un sector del PSOE, especialmente del PSC, se negó en rotundo después a avalar este pacto. Hubiera supuesto repetirlo también en Cataluña y los socialistas habrían tenido que recular en temas tan sensibles como la inmersión lingüística y eliminar la idea de una España federal, el sueño del PSC que podría materializarse en estas elecciones de 2023.

La caída de Vox sería muy diferente. La formación dirigida por Santiago Abascal ha ido endureciendo el discurso elección tras elección para tratar de asentar al fiel votante e intentar atraer a otros nuevos. Este cambio ha hecho que Vox se convierta en un partido más afín a los postulados ideológicos que a un partido de gestión y dirigido por el núcleo más duro.

Buxadé ha impuesto su ley en el seno de la formación, anulando al ala liberal encarnada por Iván Espinosa de los Monteros, quien dio la cara en el debate económico a siete en la pasada campaña electoral. De los Monteros se contagió también del discurso del vicepresidente de Vox al cargar durante la campaña contra el PP de Núñez Feijóo, un alegato repetido hasta la saciedad durante la campaña electoral. Vox se ha autoerigido como el voto «útil» durante dos semanas, mientras los votantes han ido abandonando el partido en tromba. Casi medio millón de votos bien hubieran valido una autocrítica, pero ni una sola palabra se ha mostrado en ese sentido.

Por el camino se han ido pesos pesados del partido, como Macarena Olona y Alejo Vidal-Quadras, mientras se ha encumbrado a jóvenes como Juan García-Gallardo, mientras se mantiene en la sombra a Kiko Méndez-Monasterio, uno de los principales ideólogos de Vox.

VOX, SIN AUTOCRÍTICA Y SIGUE CON LA ‘TEORÍA JOSEANTONIANA’

Vox, como hacía la extrema derecha auténtica, culpa de todos sus males a terceros, sean políticos con nombre y apellidos, partidos o medios de comunicación, sin distinción alguna. Es la excusa más sencilla y simple de contar si de un inmaduro adolescente se tratara. Una excusa de mal pagador. De hecho, la formación ha difundido un serial de votos desperdiciados del PP que en caso de ir a Vox hubieran obtenido su ansiado voto en algunas provincias, como Sevilla, Albacete o Ávila, entre otras.

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Santiago Abascal, candidato de Vox en las pasadas elecciones del 23 de junio

No obstante, con esa misma metodología, los votos de Vox en Girona no sólo no se tradujeron en escaño para los conservadores, sino que impidieron al PP tener representación, un escaño en disputa con Junts que supondría que los independentistas de Carles Puigdemont tendrían que votar «sí» a la investidura de Pedro Sánchez en vez de la abstención.

GIRONA, EL EJEMPLO DEL VOTO INÚTIL A VOX

Para este caso, Vox también tiene su excusa. La formación «ha obtenido más de 22.000 votos y superando la barrera del 7%», señalan. En Girona, la suma de PP y Vox ha superado los 53.500 votos y se han quedado sin representación. La falta de entendimiento del ala más visceral de Vox con el PP de Feijóo, que tiene que compaginar el centro con su derecha, impide esa suma.

Además, siendo puros y atendiendo a los números, los españoles votan masivamente a los dos partidos mayoritarios, que podrían llegar a acuerdos troncales para gestionar España sin depender de las minorías, pero es un escenario que se descarta prácticamente por completo.

Para escenificar esta caída en picado de Vox, sus votantes les han abandonado y tan sólo es cuestión de tiempo de que se enteren de que la parte más extrema controla el partido. Una vez constatado este extremo, los abandonos se producirán en masa, aunque Abascal no lo sepa en este momento.

Algunos de los principales altavoces de Vox aseguran que Buxadé es un pilar fundamental en la formación política, mientras otros afiliados le consideran una barrera para continuar depositando su confianza en las urnas.