El Parlamento catalán acuerda por unanimidad mantener la Medalla de Oro a la Abadía de Montserrat

La Iglesia Católica ha enfrentado una crisis de abusos durante décadas, dejando a cientos de víctimas con heridas profundas y traumas que aún hoy deben ser sanados. En medio de este panorama, el Parlamento de Cataluña ha tomado una decisión controversial al mantener la Medalla de Oro a la Abadía de Montserrat, pese a los llamados de las víctimas para retirarla. Sin embargo, este paso genera más preguntas que respuestas sobre cómo abordar esta dolorosa realidad de una manera que priorice el bienestar y la justicia para quienes han sufrido.

La decisión del Parlamento de Cataluña de mantener la Medalla de Oro a la Abadía de Montserrat ha sido recibida con críticas y cuestionamientos por parte de las víctimas de abusos en la Iglesia. Estas víctimas han expresado su descontento y han solicitado que se retire la distinción, argumentando que la Abadía no ha hecho lo suficiente para abordar y reparar los daños causados. Sin embargo, las autoridades parlamentarias han defendido su posición, señalando que la Abadía es una institución milenaria y que, a pesar de los abusos, también ha comparecido ante la Comisión parlamentaria sobre este tema.

EMPATÍA Y APOYO A LAS VÍCTIMAS

A pesar de la decisión de mantener la Medalla de Oro, el presidente del Parlamento, Josep Rull, ha expresado que recibirá a las víctimas de abusos «por una cuestión de empatía y apoyo total al sufrimiento vivido«. Esta acción demuestra un reconocimiento de la importancia de escuchar y acompañar a quienes han sido afectados por estos abusos. Es crucial que los líderes eclesiásticos y políticos se acerquen a las víctimas con humildad, compasión y un genuino interés por comprender su experiencia y sus necesidades.

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Además, las fuentes parlamentarias han señalado que, conscientes de la posible finalización de la legislatura, impulsaron una proposición de ley para la imprescriptibilidad de estos delitos en el ámbito penal, lo cual ha permitido que esta iniciativa siga viva. Esta medida es un paso importante para asegurar que los perpetradores de abusos no puedan evitar la justicia debido a limitaciones temporales, y que las víctimas tengan la oportunidad de buscar resarcimiento a lo largo del tiempo.

LA VOZ DE LAS VÍCTIMAS

En medio de este debate, las víctimas de abusos han elevado sus voces, exigiendo soluciones y una mayor atención a su situación. Enric Soler, uno de los afectados, ha expresado su frustración al señalar que «No podemos esperar mil años para resolver nuestras situaciones. Hemos estado escondidos por todos los poderes bajo una alfombra». Esta declaración refleja el sentimiento de abandono y falta de prioridad que muchas víctimas han experimentado al tratar de obtener justicia y reparación.

Por su parte, Miguel Hurtado, otra de las víctimas, ha lamentado que el bienestar de los afectados «es lo último que importa y se prioriza a la institución«. Esta crítica señala la necesidad de que la Iglesia y las autoridades desplacen su enfoque desde la protección de la institución hacia la atención y el apoyo integral a quienes han sufrido los abusos.

HACIA UNA SANACIÓN INTEGRAL

La crisis de abusos en la Iglesia Católica es un desafío complejo que requiere un abordaje multidimensional. Más allá de las decisiones políticas y las acciones institucionales, es fundamental que se establezca un diálogo abierto y sincero entre las víctimas, la Iglesia y las autoridades. Solo a través de este encuentro y una escucha atenta a las necesidades y experiencias de los afectados, se podrá avanzar hacia una sanación verdadera y una justicia real.

Asimismo, es crucial que se implementen medidas concretas para la prevención de futuros abusos, la rendición de cuentas de los perpetradores y la reparación de las víctimas. Esto implica no solo cambios en las estructuras y protocolos de la Iglesia, sino también un compromiso sostenido y transparente por parte de las autoridades eclesiásticas y políticas.

En este camino hacia la sanación y la justicia, la empatía, el apoyo y el reconocimiento del sufrimiento de las víctimas deben ser el eje central. Solo cuando sus voces sean escuchadas y sus necesidades atendidas, se podrá avanzar hacia una sociedad más justa y una Iglesia más respetuosa de la dignidad humana.

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