Lo que ‘Barrio Sésamo’ nos enseñó de economía y que hoy nos serviría para sobrevivir a la inflación sin dramas

Aquellas tardes de bocadillo de nocilla no eran solo entretenimiento infantil, sino un máster en finanzas camuflado de felpa. Si prestamos atención, nuestros viejos amigos peludos ya nos daban las claves para capear temporales económicos como el actual.

Para quienes crecimos en los ochenta y noventa, la merienda sagrada frente al televisor era mucho más que una simple rutina diaria inamovible. Eran momentos donde Espinete, Don Pimpón y compañía se colaban en el salón para explicarnos el mundo con una sencillez que ahora echamos de menos. Recordar aquellas lecciones hoy resulta casi terapéutico, especialmente cuando abrimos la aplicación del banco y nos entra el tembleque de piernas. Parece mentira, pero todo lo necesario estaba ahí.

La economía doméstica, esa bestia que intentamos domar mes a mes, tiene unos principios básicos que a menudo olvidamos por complicarnos la existencia con términos rimbombantes. Quizás si volviéramos a escuchar a los teleñecos con ojos de adulto, entenderíamos mejor por qué el dinero vuela o cómo gestionar la escasez. No hace falta un máster en Harvard, basta con recordar cómo Coco se dejaba la piel para explicar conceptos abstractos. Al final, la vida adulta es como ese barrio, pero con facturas reales.

COCO Y LA ETERNA LUCHA ENTRE LO QUE ESTÁ CERCA Y LO QUE ESTÁ LEJOS

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Pocas explicaciones visuales han sido tan efectivas en la historia de la televisión como ver a ese pobre monstruo azul corriendo de la cámara al horizonte hasta caer extenuado. Esa carrera agónica es la metáfora perfecta de nuestra relación con el ahorro a corto plazo y la planificación financiera a largo plazo, que siempre parece inalcanzable. Nos centramos tanto en lo que tenemos delante de las narices, el capricho inmediato o el gasto hormiga, que perdemos la perspectiva del futuro. Y claro, cuando queremos llegar a esa meta lejana llamada jubilación o colchón de emergencia, llegamos tan asfixiados como él.

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La lección es clara y dolorosa: no se puede estar en dos sitios a la vez, ni gastando hoy lo que necesitarás mañana. Si Coco terminaba por los suelos para que entendiéramos la distancia física, nosotros deberíamos sudar la camiseta igual para comprender la distancia temporal del dinero. Vivir al día es el «cerca» más peligroso que existe, porque nos impide ver el abismo que hay hasta el siguiente cobro. Así que la próxima vez que tires de tarjeta, visualiza al pobre muñeco azul jadeando y pregúntate si merece la pena el sprint.

EL CONDE DRACO NOS ENSEÑÓ QUE CADA EURO CUENTA Y MUCHO

Resulta fascinante pensar que un vampiro obsesionado con la aritmética fuera nuestro primer gestor de cuentas, enseñándonos a sumar manzanas y murciélagos con una risa inconfundible. Su obsesión por no dejar nada sin contabilizar es precisamente la disciplina férrea que nos falta cuando revisamos el extracto de la tarjeta de crédito a fin de mes. A menudo despreciamos los pequeños gastos, esos cafés o suscripciones olvidadas, pensando que no suman, pero el Conde se llevaría las manos a la cabeza. Él sabía que el uno más uno acaba siendo un montante considerable si no se pierde el hilo.

La inflación no es más que una resta constante a nuestro poder adquisitivo, algo que nuestro amigo vampiro detectaría al instante entre truenos y relámpagos. Si aplicáramos su rigor matemático a nuestra economía casera, nos daríamos cuenta de que los números no mienten ni perdonan despistes. No se trata de ser tacaños ni de vivir en un castillo lúgubre, sino de tener el control absoluto de lo que entra y lo que sale. Al final, la tranquilidad financiera empieza, invariablemente, por saber contar bien lo que tienes en el bolsillo.

EN BARRIO SÉSAMO LA INFLACIÓN SE COMBATE CON EDUCACIÓN BÁSICA

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En aquel vecindario idílico donde convivían humanos y marionetas, los problemas se resolvían siempre mediante la lógica, la paciencia y el aprendizaje colaborativo entre vecinos muy distintos. Barrio Sésamo nos mostró que, ante la escasez o la dificultad, la respuesta nunca era el pánico, sino pararse a pensar y buscar una solución creativa con lo que había a mano. Hoy, cuando los precios suben y los sueldos se estancan, esa mentalidad de «hacer más con menos» es el salvavidas al que debemos aferrarnos con fuerza. La creatividad financiera es la única herramienta que nos queda cuando el entorno aprieta.

Además, Barrio Sésamo insistía machaconamente en la repetición de conceptos, una técnica que deberíamos aplicar para interiorizar nuestros propios presupuestos mensuales. No basta con mirar las cuentas una vez al año y asustarse, hay que revisar los números constantemente, como quien repite el abecedario hasta que se lo sabe de memoria. La constancia es la clave de cualquier aprendizaje, y en el terreno económico, la perseverancia para mantener el rumbo es vital. Si aquellos niños aprendían a contar jugando, nosotros podemos aprender a ahorrar insistiendo.

EL MONSTRUO DE LAS GALLETAS Y EL PELIGRO DEL IMPULSO CONSUMISTA

Todos llevamos dentro a un ser voraz e insaciable que, si le dejan suelto en un supermercado o en una tienda online, arrasaría con todo sin pensar en las consecuencias digestivas o monetarias. El Monstruo de las Galletas es la representación gráfica y peluda de nuestra ansiedad por consumir de forma compulsiva, buscando una satisfacción inmediata y efímera. Verle devorar platos, bandejas y hasta la mesa nos hacía gracia de pequeños, pero de adultos esa imagen debería darnos un poco de miedo. El «lo quiero ya» es el enemigo número uno de cualquier salud financiera saneada.

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Sin embargo, con los años, incluso este personaje aprendió que las galletas eran un alimento «a veces», introduciendo el concepto de moderación que tanto necesitamos hoy en día. Controlar el impulso primario de comprar por comprar es la batalla más dura que libramos contra un mercado diseñado para hacernos salivar constantemente. Aprender a esperar, a saborear lo que ya tenemos y a no devorar nuestros recursos en un atracón de compras es vital. La autodisciplina, aunque menos divertida que un banquete de galletas, es lo que nos salva del empacho de deudas.

EPI Y BLAS O CÓMO LA CONVIVENCIA ES PURA NEGOCIACIÓN

No había pareja más dispar y, a la vez, más compenetrada que estos dos compañeros de piso que nos enseñaron lo difícil y necesario que es compartir espacio y recursos. La relación entre Epi y Blas es un manual avanzado de negociación, donde uno ponía el caos y la espontaneidad, y el otro la seriedad y la organización. En la economía familiar ocurre exactamente lo mismo, siempre hay perfiles distintos que deben remar en la misma dirección para que la casa no se desmorone. Entender que el otro tiene prioridades diferentes es el primer paso para el acuerdo.

Llegar a fin de mes muchas veces requiere los mismos diálogos surreales pero efectivos que tenían ellos antes de dormir, negociando quién apaga la luz o quién se queda con la manta. La cooperación y el diálogo honesto sobre el dinero evitan conflictos mayores y nos permiten aprovechar las fortalezas de cada miembro de la unidad familiar. Solos podemos ir más rápido, como diría el refrán, pero acompañados y bien avenidos llegamos más lejos y más seguros. Al final, sobrevivir a la crisis es más fácil si tienes a alguien con quien reírte de las desgracias.


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