La orden de disparar que nunca llegó: así preparó España la operación ‘Alazán’ para frenar la Marcha Verde en el Sáhara y cómo acabó entregando la antigua colonia a Marruecos y Mauritania

La historia pende a menudo de un hilo y, en noviembre de 1975, España estuvo mucho más cerca de la guerra de lo que muchos recuerdan. La tensión en el Sáhara se palpaba en el aire mientras miles de civiles avanzaban hacia la frontera bajo las órdenes directas de Hassan II. Nuestros soldados aguardaban en las trincheras con el dedo en el gatillo, esperando una orden de combate inminente que se desvaneció en el último segundo.

El plan secreto conocido como Alazán fue la respuesta militar española diseñada para detener por la fuerza el avance marroquí si cruzaban la línea roja. Mientras Franco agonizaba en Madrid, el ejército se había movilizado totalmente para defender la soberanía de la provincia frente a la amenaza de la Marcha Verde. Los generales habían trazado mapas precisos para el fuego de artillería y el bombardeo aéreo con el fin de neutralizar rápidamente la invasión. Era una maquinaria táctica perfecta preparada al milímetro para un conflicto armado que a todos los presentes les parecía inevitable.

Sin embargo, la política tomó un camino completamente distinto al de la estrategia militar durante aquellos días críticos de ansiedad extrema. En lugar del estruendo de los cañones, lo que acabó imperando fueron los susurros diplomáticos y las presiones internacionales en los despachos oscuros. Las tropas, que contaban con una moral alta y una clara superioridad sobre el terreno, recibieron la contraorden de desmantelar sus posiciones defensivas. Observaron con frustración cómo la tierra que juraron proteger se entregaba mediante acuerdos de oficina y no por la lógica del campo de batalla.

LA ESTRATEGIA DE HASSAN II PARA FORZAR LAS FRONTERAS DEL SÁHARA ESPAÑOL

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El monarca marroquí ideó una jugada maestra al mezclar el fervor religioso con las reivindicaciones territoriales para movilizar a masas enormes. Convocó a cientos de miles de civiles desarmados para que marcharan hacia el sur, esgrimiendo coranes y banderas como sus únicas armas aparentes. Esta marea humana servía como un escudo efectivo que complicaba enormemente cualquier respuesta militar convencional por parte de nuestro bando. Detrás de los civiles, sin embargo, las Fuerzas Armadas Reales de Marruecos estaban totalmente desplegadas y listas para asegurar posiciones.

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La organización logística de aquella marcha asombró al mundo y puso una presión descomunal sobre el desmoralizado gobierno español. Camiones, víveres y unidades médicas acompañaban a la multitud en un espectáculo que fue retransmitido globalmente para ganar a la opinión pública. Fue un juego de nervios donde Rabat apostó a que Madrid no se atrevería a disparar contra gente desarmada. La frontera se convirtió en un polvorín donde una sola chispa podría haber encendido una matanza caótica de proporciones inimaginables en el desierto.

EL DESPLIEGUE DEFENSIVO DE LA LEGIÓN Y LAS MINAS EN LA FRONTERA

Los mandos españoles no se quedaron de brazos cruzados y fortificaron rápidamente toda la frontera norte del territorio. La Legión y otras unidades de élite sembraron miles de minas para crear una barrera impenetrable frente a los manifestantes que se acercaban. Se posicionaron nidos de ametralladoras estratégicamente para cubrir cada ángulo de aproximación a través del vasto paisaje desértico. La orden era estricta y clara: nadie pasa la línea defensiva sin enfrentarse a consecuencias inmediatas y letales por parte de nuestras fuerzas atrincheradas.

El ambiente entre nuestros soldados era una mezcla de tensión, disciplina y un extraño deseo de demostrar su valía. Había muchos reclutas de reemplazo, pero el núcleo profesional estaba listo para ejecutar sus labores defensivas con una precisión absoluta. Pasaban las noches vigilando el horizonte, escuchando los rumores de la multitud que se acercaba a solo unos pocos kilómetros. Cada militar conocía su función específica en caso de que la situación escalara hacia un tiroteo abierto contra los invasores del norte.

LOS DETALLES TÁCTICOS DE LA OPERACIÓN ALAZÁN Y EL FUEGO DE ARTILLERÍA

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La hoja de ruta táctica de Alazán incluía un uso masivo de artillería para dispersar a la multitud antes del contacto. Si los campos de minas no detenían el avance, los cañones estaban calibrados para realizar disparos de advertencia y luego impactos directos. El plan contemplaba la intervención de la fuerza aérea para bombardear la retaguardia y cortar las líneas de suministro marroquíes. No era un mero ejercicio de contención, sino una maniobra ofensiva a gran escala diseñada para aplastar la invasión.

Los paracaidistas tenían asignada la misión de asegurar puntos clave tras las líneas enemigas para desbaratar su estructura de mando. La superioridad del material español en 1975 era notable comparada con las capacidades marroquíes de aquella época específica. Los planificadores militares confiaban en que la operación sería un éxito táctico rotundo si los políticos daban la luz verde. Cada coordenada estaba calculada y cada piloto había sido instruido sobre sus objetivos para asegurar la máxima eficiencia en el desierto.

EL VACÍO DE PODER EN MADRID Y LA AGONÍA DEL DICTADOR FRANCO

Mientras el desierto ardía, el Palacio del Pardo se congelaba debido a la muerte inminente del dictador. La falta de un liderazgo claro en Madrid creó un vacío peligroso que paralizó la toma de decisiones en el momento más crítico. Los altos cargos estaban más preocupados por su futuro en el nuevo régimen que por el destino de la provincia. Esta incertidumbre interna fue la mayor debilidad de España, y Hassan II supo aprovecharla perfectamente para avanzar sus peones sin resistencia real.

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El entonces príncipe Juan Carlos realizó una visita sorpresa a El Aaiún para prometer a las tropas que no se irían. Sus palabras buscaban calmar los ánimos de unos mandos que se sentían abandonados por la administración central en la península. Sin embargo, tras ese gesto público de apoyo, ya se estaban negociando en secreto distintos pactos de transición. La cabeza visible del Estado estaba cambiando y las prioridades viraban rápidamente lejos de mantener posesiones coloniales en África.

LA PRESIÓN INTERNACIONAL DE ESTADOS UNIDOS Y EL PAPEL DE KISSINGER

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Washington jugó un papel fundamental en la sombra, apostando claramente por la estabilidad en el Magreb a través de Marruecos. Henry Kissinger veía la posible independencia del territorio como un riesgo de influencia soviética en una región demasiado estratégica. Los americanos ejercieron una fuerte presión diplomática sobre Madrid para evitar una guerra que pudiera desestabilizar el flanco sur de la OTAN. Aconsejaron ceder ante las pretensiones marroquíes antes que enzarzarse en un conflicto que sería mal visto internacionalmente.

El gobierno francés también se alineó con las tesis de Rabat, dejando a España diplomáticamente aislada en este complejo póquer geopolítico. Los informes de inteligencia sugerían que resistir no solo traería la guerra, sino también severas sanciones económicas y políticas. El miedo al aislamiento internacional pesó mucho sobre el frágil gobierno provisional que estaba a punto de nacer. Se decidió que el coste de luchar por el Sáhara era sencillamente demasiado alto para un país en plena transición.

LA RETIRADA FINAL Y EL ABANDONO DE LA POBLACIÓN SAHARAUI

Los Acuerdos de Madrid sellaron el destino final del territorio, entregando la administración a Marruecos y Mauritania de forma rápida. La bandera española se arrió por última vez en una ceremonia que muchos soldados vivieron con profunda vergüenza y dolor. La retirada apresurada dejó a la población saharaui, que poseía DNI español, completamente desprotegida frente a las nuevas fuerzas de ocupación. Fue una salida amarga para un ejército que se había preparado para combatir pero recibió la orden de simplemente hacer las maletas.

Las consecuencias de aquella decisión todavía resuenan hoy, con un conflicto que sigue sin resolverse tras cinco largas décadas. Lo que pudo haber sido una defensa militar de la legalidad se convirtió en un proceso de descolonización apresurado con cabos sueltos. Las trincheras preparadas quedaron abandonadas a la arena y las minas permanecieron como testigos mudos de la guerra que no fue. La historia juzga ese movimiento como el momento en que España priorizó su transición interna sobre sus responsabilidades externas.

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