El Grupo Merca2 en apoyo (condicionado) de Felipe VI y la Monarquía

  • Cuando pase la crisis del coronavirus centraremos la mirada en la monarquía, en una crisis difícil de calibrar.
  • Juan Carlos de Borbón ha pervertido la institución a la que representó hasta límites insospechados.
  • El rey Felipe no puede estar atrincherado en La Zarzuela.
  • El coronavirus será temporal y en unos meses lo dejaremos atrás. Pero entonces, parafraseando a Warren Buffet, al bajar la marea veremos quién nadaba desnudo. Y a buen seguro centraremos la mirada en el otro virus, el corinavirus. Es decir, la monarquía, y eso generará una crisis institucional difícil de calibrar.

    Creo en nuestro Estado de Derecho y en nuestra forma de vivir. Eso incluye de manera explícita al jefe del Estado, su Majestad el Rey, y a nuestro sistema de monarquía parlamentaría y constitucional. Sí, en otras palabras, me considero monárquico. Pero un monárquico cada vez más huérfano por la desfachatez y la falta de valores de las personas que han regido esta institución en España.

    Respeto a los republicanos y espero que ellos me respeten a mí. Comprendo perfectamente que nuestra monarquía cada vez genere más rechazo en determinadas capas de la población y que salgan voces en contra hasta debajo de las piedras. De hecho, me parecen hasta pocos y mal organizados con las situaciones que estamos viviendo.

    La generación de mis padres tenía fácil apoyar a la monarquía. No hacía falta hacerlo de forma explícita. Bastaba con considerarse juancarlista, que era algo así como una tercera vía para apoyar nuestra forma de vida y no complicarse sin tener que apoyar necesariamente a la institución. Pero los juancarlistas han muerto, ya no queda ni uno.

    Durante décadas, esa imagen del Rey Juan Carlos, modelada por los medios de comunicación, poco críticos y cortesanos, creó una imagen distorsionada del personaje. El patriota, el campechano, el espontáneo… una edulcoración de la realidad que ocultaba a un padre de familia distante, un marido discutible, un personaje egoísta, ambicioso con el dinero y que se escudaba en su mal entendida “inviolabilidad”. Sí, también hizo cosas muy buenas por el país, por la democracia y lideró la transición. Sólo faltaba, por eso hemos llegado hasta aquí.

    Durante décadas, todos esos méritos nos los contaban hasta la extenuación. Hoy tenemos una visión mucho más crítica y realista.

    Hoy, Juan Carlos de Borbón es una caricatura de quién nos dijeron, ha pervertido la institución a la que representó hasta límites insospechados. Es un cáncer para su familia, para el Rey de España y para el país.

    Dice el artículo 65.1 de la Constitución: “El Rey recibe de los Presupuestos del Estado una cantidad global para el sostenimiento de su Familia y Casa, y distribuye libremente la misma”.

    EL PRESUPUESTO DE LA MONARQUÍA

    En 2008 el presupuesto de la Casa del Rey era de 8,66 millones de euros anuales. Pero no debía ser suficiente para el entonces Rey Juan Carlos, ya que ese mismo año la Fundación Lucum, de la que era beneficiario, recibió 100 millones de dólares de Arabía Saudí. Al cambio de la época, 88 millones de euros. Se dice pronto, en pesetas se tarda algo más, 14.641.968.000. Si casi quince mil millones de las antiguas pesetas.

    Se supone que esta cantidad se percibió, siendo Rey de España, como comisión por lograr que las empresas españolas (un consorcio de Renfe, Adif, Talgo, Copasa, OHL, Cobra, Siemens España, Indra, Imanthic, Ineco, Inabensa, Consultrans y las saudíes Al Rosan y Al Shorla), bajaran el precio en la licitación de las obras del AVE a la Meca.

    Por esas mismas fechas, el Rey Juan Carlos I concedió el Toisón de Oro, máxima dignidad que puede conceder, al Rey Abdulá de Arabia Saudí.

    Nos contaron por activa y por pasiva que las empresas españolas habían logrado el contrato del AVE a la Meca por las excelentes relaciones de Juan Carlos I con la monarquía saudí. Que teníamos mucha suerte de contar con un Rey que hacía gestiones de enorme valor para empresas españolas. Burda farsa. Aquello no era patriotismo ni sentido del deber. Hoy sabemos que fue un negociete, o mejor, negociazo de 100 millones de dólares.

    Eso que hoy conocemos, y que se ha intentado ocultar a nivel judicial en España, ya no lo para nadie. Pero no va a ser porque seamos una democracia madura y depuremos responsabilidades y penas de esta “gran chorizada” sino porque, aunque aquí se ha intentado cerrar en falso, la fiscalía de otro país, Suiza, por medio del fiscal Yves Bertossa, lo está investigando. Y allí no va a haber concesiones de ningún tipo.

    Es curioso cómo nos engañamos a nosotros mismos e intentamos cerrar las cosas en falso. Nos dijeron que no se podía investigar porque en 2008 Juan Carlos I era “inviolable”. Eso es ridículo y éticamente reprobable.

    El Rey de España es inviolable EN EJERCICIO DE LAS FUNCIONES DE SU CARGO, no debería serlo en su vida personal. Hay que separar la institución de la persona.

    Cuando el Rey firma una ley lo hace por correspondencia y representación. Es decir, esa ley ha sido aprobada por Gobierno y parlamento y él la sanciona. No puede ser responsable a título personal de hechos que corresponden al desempeño de su cargo. Por eso es inviolable. Pero caricaturizándolo, si después de firmar esa ley el Rey viniera a mi casa con unas copas de más, me pegara una paliza y se llevara mis cosas y la prendiera fuego, evidentemente no sería inviolable ante la ley. Eso serían actos delictivos de la persona, no ejercicio del cargo de la institución.

    Todos los delitos —que son unos cuantos—, desde cobrar comisiones ilegales, tener una fortuna no declarada fuera de España y todos los delitos fiscales, es evidente que los ha cometido una persona particular, no en el ejercicio de su función, y por lo tanto tiene responsabilidad ante la ley como cualquier otra. Si no fuera así, seguiríamos en la época feudal.

    Tempus regit factum, o lo que es lo mismo, todo hecho jurídico se regula por la ley del tiempo en el que el hecho quedó jurídicamente realizado. Aquí hay además una regla de aplicación temporal, se trataría de presuntos delitos continuados por lo que, incluso con una interpretación absoluta de la inviolabilidad, Juan Carlos I debería responder por los mismos desde que no es rey. El escenario en el que entramos es impredecible. De entrada, tenemos al rey emérito con una fortuna, de dudoso origen, y no legalizada, en un banco al margen de la Hacienda española (por cierto, no es la primera vez ni la única, pero si la que se ha documentado de forma más explícita).

    Juan Carlos I tiene una fundación offshore en Luxemburgo, con una fortuna de origen ilícito e inconstitucional (el Rey debe financiarse exclusivamente a cargo de los presupuestos de la Casa del Rey, artículo 65.1 de la Constitución). Además, esos fondos no han sido legalizados.

    Hacienda podría imponer por estos hechos una sanción del 150% de la cantidad defraudada, es decir, 150 millones de dólares. Y por supuesto es un delito fiscal que conllevaría penas de prisión. Tremendo. Es la campechanía llevada a límites de la golfada.

    Por cierto, esta no es la primera vez que vemos algo así. Ya con el testamento de Juan de Borbón, padre del rey Juan Carlos I, publicado por el diario El Mundo en el 2013, aparecieron cuentas en Suiza no declaradas por valor de 3 millones de francos suizos, y otras dos más para “gastos corrientes” con otros 8 millones de francos.

    Este dinero, al cambio más de 1000 millones de pesetas, había escapado al fisco durante décadas. Se hicieron pocas preguntas entonces. Nadie alzó la voz para conocer cómo podría haber amasado Don Juan 1000 millones de pesetas del año 1993, con la asignación que tenía de la Casa del Rey…

    Este dinero se consideraba un seguro de vida para la familia real de la época. Los monárquicos lo asumieron como se asumían las cosas entonces, mirando para otro lado.

    Ahora la historia se repite de la mano de Dante Canónica, Arturo Fasana y el Banco suizo Mirabaud. Parece que Juan Carlos I ha querido hacer lo mismo, pero a lo grande. Todo eso, hoy en día, además de absolutamente irregular, es un completo despropósito.

    CORINNA NO ES UN CÁNCER, EL CÁNCER ESTA SIENDO JUAN CARLOS I

    Todo parece una broma, pero es la triste e irresponsable realidad.

    De esos 100 millones de dólares parece que 65 millones de euros fueron transferidos en 2012 a su amiga Corinna zu Sayn-Wittgenstein. “Amiga” es un eufemismo vergonzoso que usamos los medios de comunicación, sólo cuando se trata de la Casa Real, para referirnos a la “querida” o la “amante”. Y parece ser que otros dos millones de euros fueron donados su “amiga histórica” Marta Gaya.

    Otras “amigas” como Barbara Rey parece que ya habrían sido compensadas con anterioridad, y con dinero de todos.

    He leído que, al parecer, Corinna zu Sayn-Wittgenstein declaró ante la Justicia que se trataba de “una donación no solicitada”, y que Juan Carlos I se había encariñado mucho de su hijo, que según ella le llamaba “papá”.

    En fin, los que hemos tenido cierto acceso a las amistades de Juan Carlos I, sabemos que el Rey Emérito tiene mucho encanto y que tiene muchas cualidades en las distancias cortas. Pero que entre ellas no está en ningún caso ni el cariño familiar, ni la generosidad.

    Juan Carlos I no ha sido una persona familiar tal y como entendemos ese concepto el resto de los mortales. La Reina Letizia se ha quejado en privado en más de una ocasión de ello, y ha trascendido.

    Un conocido empresario del Ibex intermedió hace un par de años entre la Reina actual y los eméritos. Ante las quejas a esta persona por parte de Don Juan Carlos de que no veía a sus nietas, quiso interceder por él. La Reina Letizia fue taxativa achacando la falta de empatía emocional del monarca y el interés por sus hijas: “¿Pero tú te crees que a alguien que actúa así como él se puede considerar un abuelo?”

    Esa falta de afecto familiar, y esa tacañería, conocida por todos, hace sonrojarse a más de uno sobre la posibilidad de que Juan Carlos I donara de forma no solicitada, y por cariño 65 millones de euros.

    En las notas que la periodista Pilar Urbano tomó de sus encuentros con Sabino Fernández Campo, que fue Secretario general de la Casa de su Majestad el Rey hasta 1990, podemos leer este extracto en su día publicado por El Español:

    No seré yo quien especule de más sobre el motivo de tan generoso pago de 65 millones de euros en 2012, prefiero no hacerlo. Pero es evidente que no es un arrebato de repentina generosidad.

    «Lo que me llamó la atención fue que Bárbara me contó un suceso que yo ya lo conocía por haberlo vivido junto al rey. Fue esto: un día me dijo el monarca: ‘Esta tía me pide un millón de pesetas. Un hermano suyo de Totana, que tiene un negocio de electrodomésticos, anda en no sé qué problemas y le piden un millón de pesetas de fianza o porque se los debe a alguien. ¡Y ella me los reclama a mí!’. Yo, en ese clima de ‘confidencia’, le dije con cierta socarronería: ‘Pues no es tanto dinero, señor. Por lo que oigo, esa señora está de muy buen ver, muy atractiva, es muy cotizada por su imagen, y por ahí se la rifan. Si Vuestra Majestad divide el millón entre las veces que ha estado con ella, a lo mejor hasta resulta que le ha salido muy barato».

    «Pero el rey no quería. Es tacaño para soltar su dinero. Además, cree que las cosas y los regalos y los favores se le han de dar por ser él quien es. Le aconsejé que diera el millón. A los pocos días me comentó, con actitud un poco infantil de quien ha sido más listo que la persona que quería atraparle: ‘¿Sabes? Le di el millón. Pero he conseguido que ella me diera en prenda un diamante. Lo he hecho llevar al instituto gemológico, y me lo han tasado en dos millones de pesetas’.

    Pasado el tiempo, Bárbara Rey anunció que se casaba con el domador de circo Ángel Cristo. El rey me lo comentó: ‘Sabino, ésta me ha dicho que se casa. ¿Tendré que hacerle algún regalo?’. Le dije: ‘Si le invita a la boda, como no va a ir, debería enviarle algo… Quedaría como un señor si le devolviera aquel brillante’. ‘¡Estás loco! ¿Un brillante de dos millones?’. ‘Pero, señor, no podrá hacer un gran uso de ese brillante: ni regalárselo a la Reina, ni a ninguna de las Infantas… Es una pieza que compromete. Lo mejor sería desprenderse de esa piedra devolviéndola’.

    El rey me hizo caso. Y yo me olvidé del asunto hasta que, años después, cuando Bárbara quiso verme por mediación del padre Bartolomé, me contó esta misma historia desde su punto de vista. Era idéntica. Faltaba un detalle: ‘Me envió el diamante en un estuche —dijo ella— y, debajo de la bandejilla, muy doblado, un certificado de tasación del instituto gemológico. ¡El muy cretino!’.

    Hoy, la Fundación Lucum aún tendría tras esas generosas donaciones, 30 millones en caja. Juan Carlos I tendría que devolver ese dinero, afrontar un horizonte judicial aterrador, así como las multas que se deriven de él. Y si me apuran, lo primero que debería hacer por el bien de la Casa del Rey, de Felipe VI y, de todos nosotros, es irse a vivir su vergüenza fuera de España. De hecho, para la institución, lo mejor que podría pasar y lo que más la protegería (y perdón, porque soy consciente de la crueldad de mis palabras) es que el tiempo pasara rápido e inexorable por la vida de Juan Carlos de Borbón (82 años) y nos evitara primero a su hijo el Rey, a la Institución y al resto de los españoles, un escenario judicial esperpéntico, al que nos abocamos.

    Nada de esto es nuevo y era evidente que nos veríamos al final en esta situación. No puedo evitar recordar un artículo que escribí en 2018 en Merca2 hoy parece que era premonitorio. Bajo el título “Es hora de que Felipe VI se ponga las pilas”:

    FELIPE VI: DE LA ABDICACIÓN AL COMUNICADO

    Otra de las historias que no se han explicado aún, o al menos no como debería de hacerse, es la historia de la abdicación de Juan Carlos I. No lo haré yo ahora, pero sí me gustaría decir que este hecho tuvo tres auténticos héroes, que deben considerarse como tres patriotas por como gestionaron esos días.

    Dos personas desde su posición de ejemplar responsabilidad: Alberto Ruiz Gallardón, en aquel momento ministro de Justicia, y Félix Sanz Roldán, director del CNI, y una tercera, el fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba, entonces secretario general del Partido Socialista, que hizo su último gran servicio al país y a la Corona.

    La trayectoria intachable de Felipe VI primero se vio manchada por Iñaki Urdangarin. Ahora por su propio padre, Juan Carlos de Borbón. Frente a eso la estrategia de la Casa del Rey me ha dejado desconcertado y perplejo.

    En mitad de la crisis del coronavirus, el pasado domingo 15 de marzo llegó un comunicado de la Casa del Rey. Parece ser que el Rey quería dirigirse antes a la nación, pero que el Gobierno —que debe autorizarlo— no lo vio oportuno hasta el día 15.

    Normal —pensé— ya estaba tardando un comunicado sobre la situación excepcional que vivimos. Ese día en España ya teníamos 288 fallecidos, casi 100 personas más que en el 11-M, 7753 infectados y se había decretado el día anterior el estado de alarma. La Casa Real al fin decía algo. Pero no, vi atónito cómo no se trataba de un mensaje sobre nuestra situación y sobre nuestros compatriotas muertos por el coronavirus.

    Felipe VI se desmarcaba de los actos de su padre, renunciaba a la herencia ante notario y lo señalaba desvinculándose. Adicionalmente le retiraba la asignación a la que tenía derecho dentro de la institución, unos 200.000 euros.

    Quitarle la asignación de 200.000 euros a un tipo que cobra comisiones de 100 millones en 100 millones me pareció enternecedor. En fin, la trascendencia del gesto es cuanto menos limitada.

    Felipe VI en su comunicado nos explica que no tenía conocimiento de ser beneficiario de los fondos de esta fundación, y yo le creo. Pero si Hacienda me descubre a mi como beneficiario de una Fundación offshore de Luxemburgo, con 100 millones de dólares irregulares y ocultos, y le digo al inspector que no tengo conocimiento, primero me crujen, luego acabo en Alcalá-Meco y las risas se oyen hasta en Singapur. Esto no es suficiente.

    Es un gesto necesario, pero meramente estético. En primer lugar, porque la renuncia debe hacerse cuando fallezca el donante, y renunciar previamente ante notario es un brindis al sol. No tengo duda alguna de que cuando llegue el momento Felipe VI hará lo correcto, pero el gesto hoy, sólo tiene un valor simbólico.

    GESTIÓN CAÓTICA QUE NOS DEJA HUÉRFANOS Y PERPLEJOS

    Pero, entonces ¿qué puede hacer Felipe VI? Lamentablemente poco. Pero incluso ese poco debería haberse hecho mejor.

    Hoy Podemos, desde el Gobierno, pide investigar las andanzas de Juan Carlos I. Y tienen razón, debe hacerse si no queremos convertirnos en un Estado de chichinabo. Deben depurarse responsabilidades, y debe hacerse de manera enérgica hasta el final. Aunque la institución sufra.

    En paralelo, IU quiere presentar una querella por corrupción, blanqueo de capitales y organización criminal contra el Rey Emérito.

    Hace 10 años, si nos lo hubieran dicho, habríamos pensado que es una chorrada de comunistas trasnochados. Hoy no sólo es posible, sino que lo tenemos que valorar con la seriedad que merece.

    El resto de partidos cierra filas ante el Rey, pero de cara a la galería. En privado destacados miembros del PSOE, de Vox y del PP, no pueden defender con convicción el momento de la Corona. Esta tremenda noticia que hemos vivido, amenaza con centrar el debate social cuando terminemos con lo importante, un virus que lleva ya más de 1.500 muertes en nuestro país.

    Nada tiene que ver la formación de Felipe VI con la de otros reyes en España. Aunque la corona le viene de manos de su padre, Juan Carlos I, sus hechos le han distanciado desde el primer momento y nada tienen que ver sus valores con los de su predecesor. Por eso, aunque ahora renuncie a su herencia negro sobre blanco, moral y éticamente ya lo había hecho muchos años antes. El Rey en tan sólo seis años ha tenido momentos duros y no previstos en la hoja de ruta inicial (Cataluña, Urdangarin, coronavirus, el desencuentro entre las reinas, la convivencia con su padre, con la poco habitual figura de un rey abdicado). Y en ellos nadie puede objetar su dedicación, profesionalidad, ética y su labor.

    Felipe VI, nos decía en su comunicado que hace un año, por medio de una carta de los abogados de Corinna zu Sayn-Wittgenstein, tuvo conocimiento de estos hechos tan alarmantes y al margen de la ley. Entonces, además de levantar acta notarial desvinculándose de los mismos, la pregunta es ¿cumplió con su obligación de denunciarlos y ponerlo en conocimiento de la Justicia?

    Si fue así, ¿dónde lo denunció y a quién? ¿Qué sucedió con esa denuncia? ¿El resto de familiares de Felipe VI también van a renunciar a ese dinero? Si en aquel momento no se cumplió con la obligación de denunciarlo se entra en una situación muy complicada que podría acabar en complicidad. Si se hizo ante la fiscalía y no ocurrió nada, debería haber del mismo modo responsabilidades depuradas en dicho organismo.

    Yo desconozco si fue denunciado, pero según el diario Voz Populi, Felipe VI no informó a Anticorrupción de la fortuna oculta de su padre en Suiza

    La Constitución y la ética del momento, hacen que, por encima todo, incluso de la familia, está el completo cumplimiento del deber y la ética que han de acompañar a la Corona y a los que ostenten el honor de llevarla.

    En medio de esto, un nuevo gesto, una nueva oportunidad pérdida. Felipe VI se dirige a la nación el jueves 19. Lo vi en directo expectante. Vi al Rey nervioso, gesticulando de forma poco natural con las manos. Lo primero el coronavirus, que somos una gran nación y le venceremos. Bien. Tarde, pero bien. Mi perplejidad llegó al ver que al final del mensaje, de 8 minutos de duración, ni una sola referencia al asunto que nos ocupa, y que nos preocupa. No entiendo la gestión de este asunto por parte de la casa del Rey.

    No entiendo la reacción de la Casa del Rey, que cuando había casi 300 muertos sobre la mesa lanzó un comunicado obviándolo e intentó crear un cordón sanitario, y cuando finalmente comparece ante los españoles tras la alarma creada —la sanitaria y la otra, creada entre otras cosas por su comunicado previo— no hace ni una sola mención. Imagino que tampoco Jaime de Alfonsín, Jefe de la Casa del Rey, pensaría que el hecho de lanzar el comunicado en plena crisis del coronavirus iba a minimizar el escándalo. Los resultados los vamos a ver los próximos meses, pero ya estamos viendo caceroladas, ciudadanos juntándose para exigir al rey emérito que done el dinero a la Sanidad, y lo que queda.

    Todo esto se ha gestionado mal y la ciudadanía está perpleja. Es un escenario idílico para todos aquellos que esperaban en la calle, afiliando sus guadañas y con las antorchas en la mano para saltar la institución. Hoy, incluso los monárquicos nos quedamos sin respuestas frente a ellos. Les han cargado de razones, y ha sido desde los aledaños de la propia institución.

    EL PAPEL DE FELIPE VI

    En esta crisis sanitaria el Rey ha estado, hasta ahora, oculto. No ha tomado ningún tipo de protagonismo ante una crisis sin precedentes. Le tienen en una burbuja confinado en palacio.

    Antonio García Ferreras decía el otro día en La Sexta, que el Rey tenía que estar en primera línea. Yo no creo que debamos llegar al extremo en el que Felipe VI deba estar con mascarilla entubando enfermos en los hospitales… pero entiendo también que debe hacer algo más que estar recluido en Zarzuela. Y que debe exigir tanto al Gobierno, como a sus propios colaboradores, un papel propio, digno y representativo para su figura y la institución. Necesitamos ver que SM el Rey es el primero en afrontar de forma rotunda los problemas que nos afectan a todos. En esto, como en muchas otras cosas, una imagen vale más que mil palabras. ¿Y dónde está esa imagen ahora mismo?

    A los que creemos en la necesidad del liderazgo de la Casa Real, nos están dejando huérfanos y sin capacidad de defenderla. Entre los unos y los otros, están dejando a la Corona sin contenido, la están mutilando.

    En España el Rey no debe entenderse como un mero adorno como algunos nos intentan hacer creer. Por mucho que no adopte decisiones políticas es una pieza clave del Estado de Derecho.

    Felipe VI monarquía
    El rey Felipe

    Es cierto que el Gobierno intenta desde hace meses dejar en un papel residual a Felipe VI. Y muchos creemos que esto no es casual, es una estrategia de desgaste perfectamente orquestada, quieren que nos acostumbremos a no tiene un papel relevante, que nos dé la sensación de que la Casa Real no tiene utilidad, que no hacen nada. Así, en un momento dado, no será traumático prescindir de ella.

    El Gobierno de Pedro Sánchez se está desvinculando de la Institución, mientras que sus socios de Gobierno, abiertamente la desean ver caer. En los últimos meses ha trascendido que destacados miembros de la Casa del Rey están molestos con el Gobierno. Se han creado situaciones de vacío institucional, a todas luces poco intolerables para Felipe VI.

    El Gobierno está haciendo el vacío al Rey. Esto ha quedado en evidencia en varias ocasiones, una de las más recientes el pasado mes de febrero, con la visita a España del presidente de Argentina, Alberto Fernández.

    Felipe VI es el jefe del Estado y ejerce con corrección su papel desde hace 6 años. Yo no puedo poner una sola pega a su papel institucional ni a su idoneidad y preparación. Sí que creo que ese papel que desempeña debería ser más largo. Es hora de dar un paso adelante en sus funciones, de demostrar cercanía a los ciudadanos y de tener un papel más cuantificable por todos nosotros. No puede estar atrincherado en Zarzuela y los ciudadanos, deben ver, por fin, una ventaja tangible de tener una monarquía parlamentaria moderna. De lo contrario acabaran viéndola como lo que hoy trasciende de los impropios comportamientos particulares: una organización corrupta, clasista, anacrónica y distante.

    El Rey debe ganar su espacio y luchar por él incluso en circunstancias como las actuales, en las que el Gobierno parece apartarle y negárselo. Debe tener su propia voz, y ser inflexible con la corrupción de su entorno, aunque esto acabe por estresar a la Corona. Los tiempos de esconder cosas bajo la alfombra han terminado.

    Muchos españoles estamos ya cansados de los vaivenes, de los escándalos y de la poca idoneidad de algunos dirigentes que han representado la Corona. Necesitamos una actuación rotunda y clara en estos momentos, y nos negamos a ser, como lo fueron nuestros padres, meros espectadores que ven, oyen y finalmente callan por el bien de todos. Los tiempos han cambiado y somos un pueblo suficientemente formado y crítico, que no quiere entregar un cheque en blanco. Hoy, por el bien de todos no se calla, se alza la voz y se exigen responsabilidades, caiga quién caiga.

    Nuestro monarca, Felipe VI, puede contar con nuestro apoyo, pero no puede presuponerlo y debe ganárselo día a día con su papel, con su trabajo. La Casa del Rey no puede aspirar como antaño a que todo viene dado de cuna, y perdurará por siempre pase lo que pase. Y esto urge. Se han acabado los tiempos en los que «por el bien de todos y de la propia institución» se miraba hacia otro lado ante conductas impropias. Felipe VI debe encarnar una monarquía moderna, porque somos una sociedad y una democracia madura para exigir, por supuesto, que se cumpla escrupulosamente la ley, pero también valores éticos y morales. Esos valores hoy los encarna Felipe VI, pero es muy grave que no los haya cumplido de forma escrupulosa su padre, el rey Juan Carlos I.

    El Rey debe exigir a las personas de su entorno, en especial a los miembros de su familia, un comportamiento ejemplar. No podemos estar poniéndole cordones sanitarios uno tras otro cuando haya un problema y pensar que, de esa forma, el problema no llegará a él. Es infantil e impropio de estos tiempos. Como sigamos así, tendremos que meterle en una burbuja.

    El tiempo, al igual que el crédito, se agota. La monarquía agonizará si seguimos así, o la salvamos o muere. Y deben ser sus actores principales los que más pongan de su parte en esta campaña. Si Felipe VI lidera, yo estaré detrás, a pocos metros, a su lado. Pero necesitamos ver este liderazgo y una total desvinculación, más allá de lo estético, de acciones impropias, y éticamente reprobables.