Hasta un 90 por ciento de las personas que padecen el síndrome de las piernas inquietas podrían estar sin diagnosticar, según ha avisado la Sociedad Española de Neurología (SEN) con motivo de la celebración, este miércoles, del Día Internacional de la patología.
Al menos unos dos millones de personas padecen esta enfermedad crónica, también conocida como enfermedad de Willis-Ekbom, y que se caracteriza porque los pacientes experimentan la necesidad urgente de mover las piernas, sintiendo molestas, dolor y malestar.
Estos síntomas, que desaparecen o mejoran con el movimiento, suelen presentarse cuando el paciente se encuentra en situación de reposo, sentado o tumbado, por lo que es muy frecuente que empeoren al anochecer o durante la noche y, por lo tanto, alteren la estructura del sueño produciendo trastornos como interrupción del sueño, dificultad para dormir o somnolencia diurna.
«La gran mayoría de los pacientes que padecen esta enfermedad suelen consultar por primera vez al médico bien por padecer insomnio, debido a la dificultad para conciliar o mantener el sueño, o por somnolencia diurna. Sin embargo es una enfermedad que no debe percibirse únicamente como un trastorno del sueño: es una enfermedad crónica, que impacta gravemente en la calidad de vida de los pacientes y cuyos síntomas pueden afectar también a las manos y al tronco y en cualquier momento del día», ha explicado el coordinador del Grupo de Estudio de Trastornos del Movimiento de la SEN, Pablo Mir.
El síndrome de las piernas inquietas es una entidad frecuente en la edad adulta, pero también en la adolescencia y en la infancia, dado que un 25 por ciento de los pacientes comienzan a experimentar los síntomas de la enfermedad en la infancia o en la adolescencia. En Europa, se estima que entre un 5 y un 10 por ciento de la población adulta y entre un 2 y un 4 por ciento de los adolescentes padecen esta enfermedad.
10 AÑOS HASTA OBTENER UN DIAGNÓSTICO CORRECTO
Además, hasta un 20 por ciento de los pacientes sufren una forma grave de esta enfermedad, si bien en los casos graves los síntomas suelen empezar antes de los 20 años. Sin embargo, actualmente, además del alto número de casos aún sin diagnosticar, pueden transcurrir periodos de incluso 10 años hasta que se realiza un diagnóstico correcto de esta enfermedad.
Estos retrasos aún pueden ser más frecuentes en edad pediátrica, por la dificultad de los niños y de los padres a identificar los síntomas, que en ocasiones son interpretados como un exceso de energía o inquietud. Además, cuando la enfermedad se inicia en edades tempranas, los síntomas no siempre aparecen por la noche, sino que pueden hacerlo en cualquier momento del día, especialmente cuando los niños están sentados.
Aunque las razones de la aparición de esta enfermedad aún no están claras, hasta en un 50-60 por ciento de los casos existe algún tipo de patrón familiar. Asimismo, el curso del síndrome es progresivo, porque, aunque al inicio de la enfermedad los pacientes alternan fases de mejoría con otras de exacerbación de los síntomas, con el paso del tiempo, los síntomas son cada vez más intensos, se manifiestan en cualquier momento del día y pueden verse afectadas, además de las piernas, otras partes del cuerpo.
«Como consecuencia de esta enfermedad, padecer dolor intenso, insomnio, depresión y/o ansiedad es muy frecuente entre los pacientes. Pero también que la enfermedad incida en las relaciones sociales y laborales y en general en la calidad de vida de los pacientes. Aunque el tratamiento farmacológico actual sea únicamente sintomático y el éxito del mismo sea muy variable de un paciente a otro, un diagnóstico precoz ayuda a mejorar la calidad de vida y a disminuir la comorbilidad y la repercusión laboral asociada a esta enfermedad. Por otra parte, llevar a cabo actividades motoras o terapias enfocada a mejorar la salud mental, también pueden hacer mejorar estos síntomas», ha apostillado Mir.
Además, ha subrayado la importancia de tener en cuenta que, algunos síntomas del síndrome de las piernas inquietas, se pueden producir como consecuencia secundaria a otras patologías: déficit de hierro, embarazo, problemas renales, diabetes, enfermedades neurodegenerativas o enfermedades psiquiátricas, siendo especialmente frecuente en pacientes con insuficiencia renal (hasta un 50% de los casos), en mujeres embarazadas (un 19%), pero también en personas que padecen Parkinson, esclerosis múltiple, neuropatías, migraña o poliomelitis.