Con motivo de la celebración del Día Internacional de la Mujer, que se celebra el próximo lunes 8 de marzo, Medicusmundi afirma que «nacer mujer perjudica seriamente a la salud», y para demostrarlo hace un recopilatorio de la situación vivida por las mujeres en la asistencia sanitaria.
Así, recuerda que fue a raíz del movimiento feminista cuando las mujeres se empiezan a cuestionar el modelo de interacción médico-paciente. «Pero tendríamos que esperar hasta los años noventa cuando las asociaciones médicas comienzan a plantear las necesidades médicas más allá de la simple reproducción. Concretamente en 1991, un artículo publicado en ‘The New England of Medicine’ inició el debate sobre los sesgos de género en la atención sanitaria», destaca.
Por otra parte, la exclusión de la mujer en los ensayos clínicos no se plantea hasta los noventa. El hecho de realizar ensayos sobre los hombres como sujetos de estudio y la extrapolación de los resultados a las mujeres no tiene en cuenta las diferencias fisiológicas más allá de la anatomía de la sexualidad y la reproducción. También hay diferencias a la hora de enfermar o reaccionar ante un fármaco.
Según Maite Climent, presidenta de Sociedad española de Farmacia Clínica, Familiar y Comunitaria en la Comunitat Valenciana (SEFAC-CV), «este rol de género, por una parte el considerar al hombre como modelo de especie humana y al mismo tiempo ocupar durante mucho tiempo posiciones más elevadas en la vida sociocultural y política ha otorgado mayores beneficios y acceso a distintos recursos, entre ellos los sanitarios, a quienes estaban en posiciones más elevadas dentro de la jerarquía de género».
Por tanto, continúa, «es útil identificar las interacciones de sexo y género puesto que producen diferencias en los estados de salud-enfermedad, y porque las diferencias por sexo pueden estar justificando sesgos de género en la atención sanitaria».
Climent afirma que una de las áreas que más incrementa la brecha en salud es la relacionada con los ensayos clínicos de fármacos. La principal crítica es que no siempre se incluyen muestras de ambos sexos, por lo que los posteriores análisis no pueden realizarse por sexo. Sin cuestionar la eficacia del producto, el principal problema se centra en la efectividad, alterada por la variabilidad hormonal de las mujeres durante el ciclo menstrual. Es decir, hacen falta más análisis por sexo y edad para aumentar la efectividad y reducción de reacciones adversas a los medicamentos.
Por ejemplo, hoy sabemos que la mujer por su mayor proporción de grasa corporal necesita menos dosis de algunos fármacos para el mismo efecto. A los hombres se les prescribe dosis de 10 mg y las mujeres con 5 mg tendrían suficiente, por poner un ejemplo.
Las diferencias de género también se puede ver en que el sexo femenino es el que presenta un mayor número de síntomas sin diagnóstico. «Y se ha investigado poco sobre esos síntomas, que siguen siendo mayoritarios en mujeres y todavía hoy no tenemos una respuesta sanitaria adecuada», explica la experta.
Otras enfermedades tres veces más frecuentes en la mujer son las derivadas de los trastornos alimenticios, fruto de una imposición social por el canon de belleza. Después de la edad avanzada, el sexo femenino es el principal factor de riesgo. Una explicación posible pero no totalmente confirmada es la mayor longevidad de las mujeres. A ello se une la mayor presencia de patología depresiva en mujeres. La depresión lleva implícita pérdida de memoria y mayor consumo de medicamentos con efectos cognitivos adversos que los hombres.