Vuelve la polémica sobre la hipocresía en muchos casos acerca del feminismo, donde prima en ocasiones como esta el llamado «buenismo» para no ofender ciertas culturas o religiones, aunque vaya en contra de discursos que sobre todo el progresismo y la izquierda suele poner en foco continuamente, salvo cuando no interesa, como ha pasado en Canadá. Ha ocurrido concretamente en Toronto y con la Nobel de la Paz de 2018, Nadia Murad, como protagonista.
La activista, que fue violada por ISIS, iba a acudir como invitada de la Junta Escolar del distrito de Toronto para un evento para estudiantes, donde iba a presentar en un club de lectura dirigido a jóvenes de entre 13 y 18 años su libro autobiográfico ‘La última niña: mi historia de cautiverio y mi lucha contra el Estado islámico’. La organizadora del evento, Tanya Lee, había invitado a Nadia al evento, pero la superintendente de la escuela, Helen Fisher, pensó que dicha participación iba a «fomentar la islamofobia» y vetó la intervención de Nadia.
EL PORQUÉ DEL VETO DE LA NOBEL DE LA PAZ
Así relató los hechos Tanya Lee en declaraciones a The Globe and Mail. Y es que para la superintendente, el relato de Murad «promueve la islamofobia», con lo que era mejor que no compartiera con los jóvenes los terribles recuerdos de su captura y abusos sexuales a manos de los terroristas del ISIS.
«es una organización terrorista. no tiene nada que ver con los musulmanes comunes»
Lee asegura que intentó convencer a Helen Fisher de que rectificara la decisión de censurar el relato de una víctima de una organización yihadista, pero no atendió a razones y tuvo que cancelar el evento. «Le envié una carta y le dije: esto es lo que quiere decir el Estado Islámico. Es una organización terrorista. No tiene nada que ver con los musulmanes comunes. La junta escolar de Toronto debe ser consciente de la diferencia», asegura Lee al diario digital.
Helen Fisher ignoró el ruego, pero respondió a la organizadora del evento con una copia del estatuto de política del consejo, aludiendo a la selección de material de «lectura justo, culturalmente relevante y apropiado».
LA JUNTA ESCOLAR DE TORONTO REINCIDE
No es la primera vez que esta junta escolar censura la participación de un invitado, si piensan que sus declaraciones pueden suponer algún tipo de polémica en contra de determinados colectivos, sobre todo culturales y religiosos. Sucedió también con la abogada Marie Henein, que en el club de lectura defendió al músico Jian Ghomeshi en 2016 cuando fue acusado de agresión sexual. “Me dijeron sin rodeos ‘no’ porque [la Sra. Henein] defendió a Jian Ghomeshi y no sabían cómo explicarle esto a las niñas”, narra Lee en el mismo medio.
El caso de la Nobel de la Paz tampoco es nuevo en un país como Canadá, donde prima una especie de censura ideológica. Este hecho es el segundo que cobra relevancia en todo el mundo tras lo acontecido en 2019. En esa ocasión ocurrió algo propio de una novela distópica: una asociación de escuelas canadienses de habla francesa retiró 5.000 libros infantiles de la biblioteca por creer que «mostraban prejuicios contra los pueblos indígenas». Uno de los colegios incluso quemó algunos títulos tan «peligrosos» como ‘Tintín en América’ y ‘Astérix en América’ y otros de Lucky Luke donde aparecían indios.
REACCIONES EN TWITTER
La noticia ha dado la vuelta al mundo, gracias a tuits como este:
Y ha sido reproducido y comentado por muchos tuiteros aquí en España, con comentarios de lo más críticos con la decisión de la superintendente canadiense.
LA LUCHA DE UNA MUJER
Nadia Murad es una mujer iraquí de ascendencia yazidí y que, además de Premio Nobel de la Paz, es desde 2016 embajadora de buena voluntad para la dignidad de los supervivientes de trata de personas de las Naciones Unidas. Ganó el Nobel junto a Denis Mukwege en 2018 «por sus esfuerzos para erradicar la violencia sexual como arma en guerras y conflictos armados».
Su vida cambió en agosto de 2014, cuando fue secuestrada y retenida por ISIS durante tres años, hasta junio de 2017, que es cuando regresa a su ciudad de origen, Kojo. El secuestro fue consecuencia de la incursión del Estado Islámico en su pueblo, asesinando a 600 personas, entre ellas seis de los hermanos y hermanastros de Nadia. A las mujeres como ella las tomaron como prisioneras.
Durante su cautiverio como esclava en Mosul, fue golpeada, quemada con cigarrillos y violada. Intentó huir más de una vez, lográndolo por fin en un descuido de su captor, que dejó abierta la casa. Una familia vecina le acogió y le ayudó a salir del área controlada por la organización. Así pudo llegar al campamento de refugiados de Duhok, en el norte de Irak.
ACTIVISMO INTENSO A PESAR DE CANADÁ
En 2015 Nadia Murad entraba en un programa de refugiados del estado alemán de Baden-Württemberg, donde reside en la actualidad. Desde entonces, se comprometió en la lucha contra la trata de humanos y el genocidio. Es fundadora de la ‘Iniciativa Nadia’, una organización dedicada a ayudar a mujeres y niños víctimas de genocidio, crímenes de guerra y tráfico de personas, y brinda apoyo para reconstruir sus vidas y comunidades.
Con esta labor, que le supuso en Nobel de la Paz, ha recorrido todo el mundo y visitado grandes organismos y mandatarios, entre ellos el Papa Francisco en 2017. En casi todos ha sido acogida y escuchada con dolor y atención a partes iguales, pero Toronto, en Canadá, ha sido una de las pocas excepciones y un capítulo más de la deriva ideológica canadiense.