Yihadismo y supremacismo blanco, dos extremos con muchos rasgos en común

Aunque a priori yihadistas y supremacistas blancos parezcan estar en las antípodas en lo que a ideología se refiere, entre los integrantes de ambos grupos extremos existen numerosos rasgos en común como que son reaccionarios y ven con aversión las reformas o su sentimiento de ser víctimas de una conspiración que amenaza su mera existencia.

Esa es al menos la conclusión a la que llega el informe ‘El ascenso de los reaccionarios: Comparando las ideologías del yihadismo-salafismo y del extremismo supremacista blanco’ elaborado por Alexander Meleagrou-Hitchens, Blyth Crawford y Valentin Wutke y publicado por el Programa sobre Extremismo de la Universidad George Washington.

«Los yihadistas son los miembros más militantes y más intransigentes del movimiento islamista más amplio, mientras que los extremistas supremacistas blancos representan uno de los componentes más violentos del espectro político ultraderechista», esgrimen los autores del estudio, que han analizado en particular a Al Qaeda y Estado Islámico de un lado, y a grupos neonazis como el británico Acción Nacional (AN), y el estadounidense División Attomwaffen (AWD).

Pese a que ambos movimientos surgieron en contextos muy distintos, ambos comparten una «visión reaccionaria de cómo resolver los problemas» y «consideran cualquier forma de progreso político o social, reforma o liberalización con gran suspicacia» además de como una «amenaza» para sí mismos.

«Los yihadistas también son actores de extrema derecha aunque muy pocas veces se habla de ellos en estos términos», sostienen los autores, que inciden en que ambos movimientos comparten «un diagnóstico similar para los males de sus respectivas sociedades, responsabilizando principalmente a la fuerzas liberales progresistas, el pluralismo y la tolerancia».

CHAUVINISMO E HIPERMASCULINIDAD

Otro de los rasgos compartidos entre ambos grupos es que han forjado una «identidad colectiva chauvinista e hipermasculina» que les hace verse a sí mismos como superiores a los demás, quienes son «tanto inferiores como inherentemente amenazantes».

Los autores reconocen que estas identidades difieren en su contenido pero comparten «similitudes en su estructura subyacente». Se ofrece al individuo «no solo un fuerte sentido de identidad y pertenencia, que está arraigado en un pasado glorioso, sino también un nuevo significado derivado de verse a uno mismo como un proyecto histórico para salvar o curar a la Humanidad», resaltan.

Por ello, consideran que aunque el término supremacista «generalmente se reserva para la extrema derecha en el discurso popular, también es una descripción precisa de cómo los yihadistas ven su posición en el mundo».

Dada su visión reaccionaria y ultraconservadora, tanto yihadistas como supremacistas blancos tienen «puntos de vista similares sobre los roles tradicionales de género de hombres y mujeres en la sociedad», que intentan preservar.

Así, la mujer pasa a ocupar un segundo plano, relegada esencialmente al ámbito familiar y doméstico –aunque con excepciones en ambos casos, ya que también ha habido mujeres kamikaze de un lado y activistas supremacistas de otro–, mientras que en el caso de los hombres se busca recuperar «la ‘verdadera’ masculinidad mediante retratos hipermasculinizados de sus miembros más heroicos».

AUTORITARISMO Y TOTALITARISMO

Por otra parte, la ideología subyacente en ambos movimientos cuenta con «características autoritarias, y en algunos casos totalitarias, como lo muestra su deseo de una obediencia incontestable a las fuentes de autoridad, en general a costa de algunas liberdades personales.

Estado Islámico y el ‘califato’ que instauró en Siria e Irak es un buen ejemplo de ello. Los yihadistas intentaron «ejercer un control completo sobre la mayoría de los aspectos de la vida» de quienes vivían en sus territorios, sobre todo en lo relativo a sus creencias religiosas y políticas.

Pero, según los autores, también se pueden encontrar «instintos totalitarios similares» en algunos grupos supremacistas blancos, en particular aquellos dentro de la corriente neofascista y neonazi, los cuales suelen inspirarse «de la naturaleza totalitaria de la Alemania nazi para reclamar la creación de naciones totalitarias arias».

La ideología totalitaria de ambos grupos tiene además «un cierto atractivo psicológico», en general entre personas que se sienten frustradas y que buscan dar algún sentido a sus vidas así como aquellos que se sienten aislados dentro de sus comunidades o sociedades y también entre quienes sienten que su existencia podría verse amenazada.

Tanto yihadistas como supremacistas blancos «identifican claramente al enemigo, al tiempo que ofrecen una identidad colectiva estable, un propósito y un sentido», sostienen los autores.

Los yihadistas buscan «crear un Estado islámico mediante la ‘yihad’ (guerra santa) al tiempo que también persiguen una campaña terrorista internacional contra sus adversarios», mientras que en general los supremacistas blancos consideran que son «un grupo genética y culturalmente superior que debería estar en una posición de dominio nacional o global», por lo que «abrazan el nacionalismo racial» y adoptan métodos violentos, incluidos ataques terroristas para alcanzar ese fin.

TEORÍAS DE LA CONSPIRACIÓN

El estudio también identifica una coincidencia en el modo en que ambos grupos perciben las amenazas a las que se enfrentan. En ambos casos, «la amenaza es vista como una vasta conspiración que busca aniquilarles», subrayan. En el caso de los yihadistas, sostienen que los musulmanes se enfrentan a «guerra contra el Islam» mientras que los supremacistas extremistas alertan de «un genocidio blanco» o de un «gran reemplazo» de la población blanca.

En este caso, aunque el contexto y el lenguaje también difieren, el contenido de ambas teorías de la conspiración es similar, con un fuerte componente de antisemismo.

Los dos comparten «una profunda desconfianza y enemistad hacia los judíos» que, en el caso de los yihadistas, según el análisis realizado en el estudio, «se ha visto influido en gran medida por las visiones racistas en Europa de principios y mediados del siglo XX hacia los judíos», quienes se consideraba que gozaban de «niveles desproporcionados de poder» que ejercía «de varias formas perversas.

VIOLENCIA JUSTIFICADA

Y puesto que se sienten amenazados, ambos movimientos extremistas se esfuerzan por «demostrar tanto su legitimidad como la necesidad de la violencia para proteger a los miembros del grupo y sus intereses», inciden los autores.

En este sentido, «ambos buscan participar, o ser el catalizador, de un conflicto violento», en el caso de los yihadistas una guerra santa y en el de los supremacistas blancos una guerra racial. De ahí el que consideren que aquellos miembros de su grupo social que optan «por el activismo no violento son, como mínimo, cobardes y como mucho traidores».

Ambos sostienen que la lucha es válida no solo para salvar y proteger a los amenazados, sino que «además sirve como un medio para un glorioso final en el que la Humanidad vivirá en paz y prosperidad». Los actos de violencia que comenten se entienden pues como una elección «racional y necesaria» por parte de algunos de sus miembros.

Así, «mediante su activismo y sus actos de terrorismo, ambos esperan alcanzar el establecimiento de sociedades utópicas» dominadas por su grupo «a costa de la mayoría, sino todos, los demás».

Ambos tienen su inspiración en el pasado, en una «civilización o sociedad que fue destruida o desmantelada a manos de fuerzas perversas que seguían una conspiración para debilitarles y subyugarles». La utopía yihadista sería un califato como el logrado por Estado Islamico mientras que los supremacistas aspiran a instaurar un etnoestado.