El tablero político español llega al ecuador de la legislatura con un giro tan inesperado como reconocible: cuando la derecha acaricia sus mejores expectativas electorales en más de una década —rondando los 200 escaños entre PP y Vox según distintos sondeos— es la figura de Pedro Sánchez la que vuelve a ganar oxígeno. Un fenómeno ya cíclico en la política española: cada vez que el PP roza la victoria total, un error estratégico, un vértigo discursivo o un movimiento interno desacertado devuelve al PSOE a la zona de competitividad.
La derecha españolista no ha logrado una mayoría suficiente desde las generales de 2011. Desde entonces ha ganado tribunales, tribunas mediáticas, batallas culturales y episodios de movilización social, pero no las elecciones.
Sus victorias se han contado en titulares, no en escaños. Y aunque hoy se encuentra más cerca que nunca del poder, el reciente tropiezo de Alberto Núñez Feijóo en el Congreso —sumado a un clima de euforia conservadora por causas judiciales abiertas— está generando el efecto inverso al esperado: reforzar a un Sánchez que ya comienza a calibrar la posibilidad de una victoria amarga en 2027, difícil pero no imposible.
El encarcelamiento de Koldo García y José Luis Ábalos y la caída del fiscal general del Estado Álvaro García Ortiz han despertado un entusiasmo notable en la derecha. Después de siete años y medio en la oposición, el PP ha interpretado estos episodios como la confirmación de su relato sobre la turbiedad en el entorno socialista.

El clima de euforia se ha trasladado a ciertos discursos mediáticos, a tertulias y a la base más movilizada de la derecha, que considera que por fin se abren grietas relevantes en el flanco del Gobierno.
Sin embargo, la lectura en Ferraz es diferente: el PSOE cree que el caso Ábalos, al ser ajeno ya a la estructura del partido, tiene un impacto limitado sobre el voto progresista y que el desgaste puede amortiguarse si Sánchez vuelve a capitalizar la imagen de resistencia frente a una oposición que, a menudo, se precipita antes de tiempo.
Para el socialismo, cada exceso de optimismo conservador (que conlleva un consiguiente giro hacia la derecha en su discurso) allana su propio terreno narrativo.
VÉRTIGO
Uno de esos episodios de precipitación ha llegado esta misma semana, cuando Feijóo, en un discurso en el Congreso, se trabó públicamente al iniciar una frase que comenzó como “anatomía de un…”. El lapsus, amplificado en redes sociales hasta hacerse meme, no tendría mayor trascendencia si no formara parte de un patrón más amplio: la dificultad del líder del PP para mantener un tono sólido, constante y presidencial en momentos clave.
En un contexto de alta polarización, esas dudas escénicas no restan tantos votos como antes, pero sí alimentan un discurso muy eficaz para el PSOE: la idea de que el PP está a un paso de ganar… pero vuelve a flaquear justo cuando no puede permitírselo.
Una narrativa que se ha repetido en 2015, 2019, en la investidura fallida de 2023 y ahora empieza a asomar de nuevo. Feijóo se enfrenta al síndrome que ha debilitado a la derecha en los últimos 14 años: gana el ambiente, pero no la partida.
INCENDIO EN MADRID
En paralelo a la batalla estatal, otro conflicto que erosiona al bloque conservador ha estallado en la Comunidad de Madrid. La huelga universitaria, con facultades vacías y manifestaciones multitudinarias, ha sacudido el campus público madrileño hasta convertirse en una protesta de dos días con impacto social notable.
Los motivos del paro —la infrafinanciación crónica de las seis universidades públicas y el rechazo a la Ley de Enseñanzas Superiores, Universidad y Ciencia (LESUC)— han unido a profesorado, estudiantes y sindicatos. Según los convocantes, 55.000 personas llenaron las calles de la capital.
El Gobierno de Isabel Díaz Ayuso y su consejero Emilio Viciana han vuelto a situarse en el centro del debate sobre la educación pública. Y aunque las protestas no afectan directamente a Feijóo, sí alimentan un marco que el PSOE explota con habilidad: el contraste entre la dureza retórica de la derecha y las grietas de su gestión territorial.
El panorama demoscópico apunta hoy a un escenario en el que Pedro Sánchez mantiene vivas sus opciones de salvar los muebles, que no de seguir gobernando más allá de 2027. No porque la derecha esté débil —de hecho suma más que nunca— sino porque la distancia entre PP y PSOE empieza a estrecharse según algunos sondeos.
Incluso encuestas alejadas del ecosistema progresista, como la de El Debate, dirigido por Bieito Rubido, amigo personal de Feijóo, reflejan que el PSOE se acerca peligrosamente al PP: los socialistas lograrían entre 114 y 116 escaños, mientras el PP caería a 123-125 por el ascenso de Vox. Para un bloque que roza los 200 escaños, el dato es preocupante: el PP crece menos de lo previsto y Vox sube a costa de Feijóo, debilitando el discurso de liderazgo claro que Génova intenta proyectar.






