miércoles, 11 diciembre 2024

El poder del juego como herramienta educativa

No hay ningún padre o madre que no agradezca alguna herramienta que les sea útil para gestionar distintos contratiempos o conflictos cotidianos. Porque no se ha conocido a ninguno que no prefiera no tenerlos. Igual que no hay ningún niño o niña que no merezca que se le eduque, que se le enseñe, de la mejor manera de la que uno sea capaz. Y esas herramientas, esos recursos, existen desde hace muchos años. Pero no se pueden comprar. Así que el mayor por qué ha sido porque se quieren empezar a mostrarlos. Así nació MINDEA. Obviamente, la forma en la que se expresan es en forma de juguete. Escondiendo un conocimiento muy valioso en su “mecanismo”: atender a todos esos procesos invisibles que influyen en el buen aprendizaje desde un vínculo sano. Por eso, se habla de herramientas para padres. De Juguetes fáciles para momentos difíciles.

Ser padres y madres es un acto diario de amor. Y de acompañar a los hijos en su mejor desarrollo. Ejercer la maternidad, la paternidad no es algo casual. Es algo que implica a todos. Ante lo que se sabe que se tiene responsabilidad. Ser padres y madres conscientes. Cada vez más preocupan, además de sus notas y modales, que el hijo o hija se relacione bien, que sepa gestionar la frustración, que tenga buena autoestima, que sepa resolver conflictos, que cuente lo que le pasa, que sepa organizarse el tiempo solo, que aprenda poco a poco autonomía, a decir que no, que aprenda a gestionar sus emociones. Se quieren que valore las cosas que se hacen, que sepa tratar con respeto y que crezca con valores. Que distinga lo correcto de lo incorrecto. Que sean buenas personas y sanos física y psicológicamente. Y se quiere que sean felices. Pero no sólo en su futuro. Se quiere que lo sean desde ahora. Y los padres también quieren serlo. Educar los padres, aprender ellos, es algo que sucede todo el tiempo, continuamente. Se ven a padres desbordados, que se sienten frustrados después de decir mil veces lo mismo, incluso de gritar, cansados de castigar, de creer que les toman el pelo o de sentir que ellos lo están haciendo mal. Que son capaces de resolver problemas laborales y no pueden encontrar la fórmula para conseguir que, ya en casa, todo sea fácil.  

Se quiere resolver. Y hay métodos y estilos distintos. El éxito, la buena gestión no va a depender del resultado inmediato. Porque también se quiere educar, y ayudarle en su buen desarrollo físico y emocional. Y contribuir a que sean felices. Y todo ello sin perder ese vínculo sano que va a garantizar su respeto cuando se pierda el poder para que obedezcan. Se debe saber que mientras se resuelve, se actua inevitablemente en todos los niveles. Eso es gestionar. Lo contrario es, simplemente reaccionar. Y si uno se siente mal al resolver, si no es bonito ni fácil… Se piden herramientas educativas que ayuden.

Se sabe que no hay un manual. Que la mayoría hacen lo que pueden con la mejor de las intenciones. Pero ser padres conscientes significa aceptar la verdad de que hay una época de su vida que son sus referentes, su fuente, su modelo. Y que es en la infancia donde grabarán aprendizajes y aspectos de todo tipo que durarán toda su vida. Y eso conlleva que se piense si se hace y, sobre todo, cómo se hace, dejar los mensajes que en el fondo se quieren dejar. Porque el aprendizaje es una vivencia. Más allá de aprender a hacer, hay que incorporar siempre la vivencia del cómo se aprende. Por eso, los psicólogos ayudan a los padres explicándoles aspectos que serán fundamentales para marcar la diferencia. Así, cada juguete que se propone en este libro lleva su propia guía donde todos podrán conocerlos.

Ellos no gestionan como los padres. No son como ellos. No están a medio hacer. El código de la infancia no es solo un lenguaje inmaduro. Es distinto. Su neurofisiología, su momento evolutivo, su capacidad de autorregularse… Entenderles ayuda a que entiendan. Los padres pueden, ellos lo tienen bastante más difícil.

De ahí el juego. El valor del juego. Acceder a su mundo, a su lenguaje más natural. Es desde la creatividad, desde donde se puede encontrar esa complicidad, esa conexión. Igual de creativos como cuando se les da un beso en la rodilla y se les cura la pupa. Ser creativos, atreverse a salir de reacciones y modelos convencionales, tanto en los buenos momentos como en los no tan buenos. Y eso jamás está reñido con poner límites y normas, absolutamente necesarias. Por cierto, desde un buen vínculo también eso resulta más fácil.

Y no hay nada de peligroso o tonto en usar juegos. De hecho, realmente se usan muy pocos. Como herramientas educativas, claro. ¿Cuántos hay en casa? ¿Cuántos se pueden comprar? Cuando se dice juguetes educativos, todos piensan en los mismos de siempre (aunque ya hay muchos padres que explican cómo gestionan con ideas maravillosas). Se puede pensar que con un juego no aprenderá adecuadamente, o que cuando no lo use, dejará de tener efecto. No es cierto. Un niño puede aprender a que no se molesta a mamá cuando habla por teléfono usando alguna idea creativa. No aprenderá respeto sólo porque se le diga -mil veces- que se calle y no interrumpa cuando los otros hablan. Aprenderá simplemente a callarse. Aprenderá respeto desde sentirse respetado. Igual que si no hay un buen vínculo, su obediencia es cuestión de tiempo. Los padres conducen. Siempre. El juego es uno de los vehículos. Y estos que se proponen en el libro no son precisamente de esos que se tienen aparcados en su habitación. Cada momento difícil plantea una nueva posibilidad de gestionarlo. Hay que hacerlo conscientemente responsable y bonito. El resultado que se vea será el mismo, pero la diferencia estará en lo que no se ve, pero perdura.

Usar el juego es una forma de usar la creatividad: buscar un objetivo atreviéndose a explorar otros caminos alternativos. Por eso, tienen tanto valor, porque ayudan a explorarlos y a descubrir que cuando se va por el mismo, todo es más fácil.

Y, si es verdad que los niños aprenden jugando… ¿a qué se espera para usarlos como recursos?

Las autoras del libro y el texto son Sara Bosch y Marta López.

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