El Sindrome de la Diagonal

Hace varias décadas en la ciudad de Estocolmo un asaltabancos secuestró en una de sus hazañas a cuatro de los clientes a los que a pesar de haberlos maltratado, ellos de manera involuntaria fueron atraídos de forma que quedaron seducidos y lo protegieron frente a la propia policía. Se estableció un “vínculo afectivo” fuerte con su secuestrador que les indujo a defender las posiciones del delincuente. Según el FBI esto se produce con sorprendente frecuencia. Es algo similar a una patología.

No puedo evitar acordarme de ello cuando observo las reacciones de amigos de Barcelona en la actual situación social y política. Son gentes extraordinariamente cultas, tienen mundo, mucho mundo, pertenecen a estratos privilegiados de la vida, son los mejores amigos que nadie puede encontrar. A mí me han enseñado a querer Cataluña y amar Barcelona, he compartido mesa y conversación en sus casas o en cualquier sitio de esa maravillosa ciudad donde nunca duerme el talento. Amables, afables, geniales. No puedo, no debo, decir otra cosa. Me hacen sentir en familia. Pero padecen un modo de secuestro ideológico que les impide ver la engañosa situación que les envuelve.

Cuando por los agrios avatares de los últimos años, de la última década sobre todo, manifiestan su opinión política me dejan estupefacto. Siempre encuentran una borrosa justificación al programa negro del separatismo. No puedo entenderlo. No es que se sitúen de su parte, no exactamente. Beben del agravio que yo no veo como el yonqui de la heroína. Les está matando y permanecen en la dosis.

Muchos de ellos militan o sienten el catalanismo político. Desde mil esferas diferentes. Se sienten españoles a su manera, como nos sentimos todo el resto de españoles por otra parte, porque no hay una sola manera, eso es bueno porque nos hace grandes, y no se dan cuenta que esa forma de sentir Cataluña y España ha sido la primera víctima de los separatistas. Han abducido ese espacio y a muchas de las gentes que lo habitaban por ausencia de liderazgo y de estrategia. Una respetable y respetada forma de ver España que añadía, que era pacífica y vital. Que no es la mía, pero de alguna manera engrandecía lo que todos noblemente buscamos.

Los últimos cuarenta años de nacionalismo falaz han inoculado una terrible bacteria espiritual a la burguesía barcelonesa, la que vive o tiene mucho que ver con la avenida Diagonal, recinto sagrado de la clase dirigente y milagrosa de Barcelona, de suerte que por una reacción hipnótica luchan de forma eficiente contra sus propios legítimos intereses.

Se ponen en contra del mundo que desde hace generaciones les ha hecho más que pudientes, importantes y también admirables. Cuatro décadas de gota malaya o rusa o de Soros, de medios militantes o agradecidos o enfeudados que han tenido como consecuencia una opinión propia adormecida. Ocho lustros de rapto de la cultura disfrazado de singularidad. Cuarenta años de religioso manto del nacionalismo que solo pedía no tener más criterio que el de la Generalitat. Décadas, lustros, años de silencio social por la supuesta coincidencia de últimos objetivos han conducido a la situación actual de orfandad y ansia. Y se niegan a mirar. Y renuncian a ver.

El objetivo último no coincide, justo al contrario. Quieren sustituir ese talento dirigente por la mediocridad gregaria educada en el rencor político y así mismo en el odio social. Quieren el puesto de mando y referencia social que durante mucho más de un siglo han representado los ilustres vecinos de la Diagonal. Les quieren como cooperantes para después ser eliminados. Es una certeza antropológica que se ha repetido mil veces en la historia. Convencer a un grupo social de un supuesto enemigo común para ser inmediatamente deshecho. Que le pregunten al Duque de Orleans qué le ocurrió después de aliarse con los jacobinos.

Hace dos días se anunció la candidatura de Cayetana Álvarez de Toledo por el PP en Barcelona. Y se pusieron de morros y de Twitter en un brote de inequívoco síndrome de la Diagonal, porque quisieron creer que había dicho lo que no había dicho. Quizá tristemente piensen que van a ser mejor aceptados por ello. Craso error. Cayetana no busca el espacio del catalanismo destruido por el voraz separatismo. Sabe que va a ser el referente intelectual, social y político de la inmensa disidencia. De los silenciados, de los humillados, de los que no se someten aunque callen, de los que hablan castellano en su vida cotidiana y no tienen nada en contra del catalán pero hablan castellano y lo van a seguir haciendo. Y se saben mayoría. Del cinturón industrial, de la mujer culta que le gusta leer La Vanguardia en castellano porque es muy de Barcelona pero tiene claro que en España tiene garantizados sus derechos frente a revoluciones absurdas que traen pobreza, desorden y violencia en la actitud y en el verbo y pueden derivar en algo peor, del intelectual que piensa en esta locura como locura que es, del empresario que siente la pérdida sin sentido.

Atacar a Cayetana es atacarse ellos mismos a sí mismos. Esas críticas gustan a los malos no por Cayetana, sino porque su objetivo final, que es suplantar esa parte alta de la sociedad, cuenta con la inestimable complicidad de sus propias víctimas. Y no lo ven. Y no quieren verlo.

Juan Soler es senador del Partido Popular